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Narra Aitana.

Cuatro pares de ojos estaban de frente a mí, uno de los pares me miraba con asombro, otro con gracia, el tercero no me caía muy bien, la intensidad y mala vibra la podía sentir desde lo poco que me permitían mis párpados, y el cuarto par, ese sí era hermoso, tranquilo y somnoliento, era el par más chiquito de ojos y realmente no entendí de quién eran porque yo no conocía a ningún ser tan pequeño, de hecho no conocía a ninguno de los ojos que me miraban y entender por qué lo hacían, me costó más de lo que permitía, por lo que reaccioné rápidamente y me senté de donde estaba acostada, un sillón naranja muy cómodo... pero yo no tenía un sillón naranja y mucho menos cómodo. El alrededor ni siquiera pertenecía a mis recuerdos, entendía que era una sala de estar, pero una sala que no me acordaba haber estado nunca hasta que un sobresalto de alguien más me asustó, y al mirar, otro par de ojos se cruzó con los míos y fue igual de confuso.

Podría haber sido una escena clave para alguna película, pero cuando nuestros ojos se abrieron en sorpresa, recordar fue alarmante. El chico a mi lado en el sillón naranja recibió las mismas miradas que yo había leído segundos antes, pero diferente a mí reaccionó más rápido levantándose y diciendo alguna mala palabra, me salió hacer lo mismo, aunque yo no pude decir nada.

— ¿Papi?

¿Papi?

La chica que me miraba mal, se alejó sosteniendo encima a una nena chiquita, la de los ojos más dulces, él intentó alcanzarlas con su brazo, pero apenas si pudo moverse y la nena, quien entendía que era su hija por cómo lo llamó, no se quejó de seguir en los brazos de esa persona. Una risa perteneciente al dueño del par de ojos con gracia, me asustó al emanarla acercándose a mí.

—Te juro que no estás secuestrada, tenemos puerta, en serio. —me dijo indicándomela y asentí al verla. —Bravo rubia, bravo.

Mi cabeza parecía haberse prendido fuego por dentro, mi cerebro estaba intentando escapar removiéndose agitado a tal punto de hacerse insoportable para mi cráneo, me golpeaba fuerte y me reconocí yo, cuando me refregué la cara y pude terminar de comprender dónde estaba, no es que lo sabía con exactitud, no recordaba más que haber ido al bar, acercarme al chico que estaba a mi lado, hablar con él, reírme de su intento por querer ganarme en la ruleta de tragos y... no, no recordaba más, sin embargo sabía que había terminado en su sillón naranja, durmiendo en el extremo contrario y despertando con la mirada de cuatro personas que yo no conocía, pero asumía que él sí porque calló y espantó a los dos chicos que se reían de alguna cosa que yo no entendía para dejarnos solos, o al menos en mi campo visual.

— ¿Cómo llegamos acá? —preguntó confuso y a juzgar por la mesita que teníamos enfrente, yo sí, el alcohol nos había llevado a su casa y lo señalé en modo de prueba, lo que hizo que asintiera con una mueca, pronto se refregó la cara y su resaca empezó a hacer efecto. —No hacía esto hace años.

— ¿Emborracharte y traer chicas a tu casa sin reconocer al otro día? —pregunté y rápidamente me miré el cuerpo, tenía la ropa puesta, arrugada pero puesta, eso era más importante que ponerme a recordar cómo me llamaba y por qué había terminado en la casa de alguien que acababa de conocer hacía horas.

—Sólo la parte de traer alguien a casa, emborracharse... eso lo hace de vez en cuando. —acotó uno de los chicos que se acercó para agarrar algo de la mesita donde todo el alcohol estaba disperso. —Cada vez menos en realidad, se está volviendo un poco ortiva.

—Callate.

—Mmm... yo me voy a ir. —dije y toqué mi bolsillo, tenía el celular y las llaves, lo que me hacía falta para poder salir del lugar que no tenía ni idea cuál era.

Más de Dos.Where stories live. Discover now