19.

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Aitana.

Si de mí hubiese dependido antes, yo no me habría separado ni terminado con los planes que tenía para mi vida, nunca fue mi decisión y tampoco me preguntaron lo que pensaba al respecto como intentar hacer algo, sin embargo, mi lluvia había parado, el sol salió y hasta tenía un hermoso arcoíris que me demostraba que no importaba si se anunciaba tormenta, siempre iba a volver a salir el sol. Para mí, conocer a Santiago fue paz absoluta, él trajo la calma a mi vida y el color a la tempestad, transformándose en eso que yo nunca quise dejar y volviendo a sentir que mi vida tenía rumbo, objetivos, planes e ideales que no iba a cumplir sola.

Lo miré todo el tiempo que pude mientras estuvo de frente a mí, dormía plácidamente y su cara expresaba esa tranquilidad que él me daba siempre, era tan lindo y tan mío al fin que no me daba la cara para sonreír sin partirme al medio. Y era extraño, porque el tiempo que mi cama estuvo vacía no podía soportar que alguien no estuviese a mi lado, al fin lo estaba y me sentía mucho mejor que la última vez que estuvo ocupada, tan bien que ni siquiera me acordaba de qué se trataba aquella vez.

De a poquito, fue movilizando sus expresiones, pasó de fruncir el ceño a estar relajado, de moverse a quedarse quieto y levantar su mano para refregarse la cara, segundos después, sin abrir los ojos emitió un sonido somnoliento y afirmó su agarre a la almohada debajo de su cuello.

— ¿Hace cuánto me miras así, acosadora? —preguntó sin despertarse del todo y yo me reí levantando las sabanas de mi cuerpo para acercarme por debajo un poco más a él, abrazarlo y sentirlo desnudo como casi toda la noche, piel con piel.

—Hace un ratito, ¿te desperté? —murmuré con los labios sobre su hombro y le di un beso para comenzar a recorrer su piel hasta el cuello. —Perdón, no quería asustarte.

—No te salió muy bien.

—Es que dormís tan lindo que es imposible no mirarte.

— ¿Dónde está la originalidad en dormir?

—No sé, será que me gustas tanto que todo me parece lindo de vos. —le dije al llegar a sus labios y sonrió pasando su mano por mi espalda para acariciarme y sin abrir los ojos dejar que le diera pequeño besos. —Buen día.

—Buen día, ¿así me vas a despertar siempre?

—Las veces que nos toque, sí.

—Qué privilegio. —dijo y afianzó su agarre a mi cintura para acostarse e impulsarme a que me subiera encima de su cuerpo. Ese cosquilleo que sentía en el vientre se intensificó aún más cuando su boca buscó la mía y sus caricias ya no fueron tan inocentes, lo que me hizo sonreír y ponerme en la misma línea de la que él quería partir.

Once y media de la mañana mi ansiedad no podía más, me dolía el estomago y mi corazón latía con mucha fuerza, no podía dejar de pensar en todas las posibilidades que tenía de ser rechazada, como si fuese peor que tener una cita a ciegas o incluso, la petición para hablar de una separación, me sentía mal y ni siquiera tenía un motivo con razón, era casi enfermo mi estado y Santi me miró extrañado cuando se dio cuenta que no la estaba pasando bien con el vaso de agua en la mano.

—Aitu... es una nena de tres años, no entiende esto como nosotros.

—Ya sé, vos no te preocupes por mí estoy...—el timbre del departamento sonó y mi cuerpo se tensó por completo, no hacía frío con la calefacción pero yo no lograba sentirla, se me estremeció la espalda y al verlo a él, comprobé que le estaba causando gracia.

—Estás exagerando un poco me parece.

Probablemente tenía razón y se levantó de su silla con una sonrisa que en la mañana me encantaba y hasta hacía menos de veinte minutos también, sin embargo no lo entendía de la misma forma que yo lo podía estar sintiendo. Conocer a los padres de tu pareja era un acontecimiento horrendo normalmente, no por las personas, sino por lo que uno sentía internamente, a eso, se le agregaban miles de sensaciones de inseguridad porque no eran sus papás que no importaba si yo no les caía bien, era su hija, la personita con la que tenía que convivir y compartir al mismo hombre sin poder quejarme de absolutamente nada. Tenía muy claro que Lupe era un amor, no dudaba que si era criada por Santiago su hija lo fuera, pero no se trataba de juzgar eso, inevitablemente yo sentía una presión de agradarle desde el principio ya que si no me podía aceptar, iba a ser muy difícil para nosotros combatirlo y no quería que nada nos perjudicara, dependía mucho de mí como de ella y las dos teníamos la voluntad, así que no podía salir mal.

Más de Dos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora