Capítulo III.

2.8K 326 1.6K
                                    

   No supe que contestarle, me quedé inmóvil y mirándolo directamente a los ojos. Había cometido el enorme error de mostrarle la pantalla, porque el error no fue haberlo guardado de esa manera: él tenía unas buenas nalgas.

   —¿Qué? —miré la pantalla de mi teléfono y fruncí el ceño—. ¡Ah, no! No, eres tú... ahg qué torpe soy —tecleé algo—. Es que este no eres tú.

   —¿No soy yo? ¿Entonces quién? ¿Quién más puede ser nalgón y profesor a aparte de yo?

   —Es... es un profesor que... que... es nalgón... y es profesor... es profesor y nalgón... nalgón y profesor... es profesor de... de... ¡de letras! ¡Sí, de letras! Ya sabes, soy periodista y... él fue mi p-profesor en la universidad. Como tengo muchos, pues decidí ponerle 'profesor nalgón'.

   —Ah, creí que era yo.

   —¿¡Tú!? ¡Tú no! —apelé—. ¿Por qué deberías ser tú? Tú no eres nalgón, tienes una espalda muy... muy larga.

   —¡Por supuesto que tengo nalgas! ¡Eres tú el que no tiene!

   —¿¡Que dices!? ¡Claro que sí! ¡Además tengo unas piernas muy bonitas y las tuyas son flacas!

   —¿¡Qué!? ¡Eso no es verdad! —bramó—. ¡Mis piernas no son delgadas, las tuyas sí!

   —¡Todo el mundo dice que tengo unas piernas talladas por los dioses!

   —¡Pero yo digo lo contrario!

   —¡Y yo también de ti!

   Paul llevó ambas manos a su rostro y lo froto, luego se rascó la barba y me miró un poco molesto. Había logrado lo que quería: desviar el tema de la conversación.

   —Pareces tonto.

   —Igual tú —le dije—. Discutiendo por unas nalgas —bufé—, por favor...

   —Tú comenzaste. Es más, no me interesa; me tiene sin cuidado si crees que tengo o no nalgas.

   —Exacto. Pareces un niño.

   —Y tú eres un amargado.

   —Ajá, sí —rodeé los ojos y me crucé de brazos—. Debo irme.

   —Pues adiós.

   —Uh, no quiero que Jules esté triste por Lola... ¿qué puedo hacer?

   —Deberías empezar por ser un buen padre.

   —¡Hablo en serio!

   —¡No grites, los niños están en clase!

   —Entonces respóndeme.

   —Él no estará triste hoy —aseguró—; yo me encargaré que no sea así. Pero estando contigo probablemente se deprima y... ¿quién no? Contigo todos se deprimen.

   —Ajá, yo resuelvo eso.

   Me di la vuelta y transité el pasillo a paso apresurado. Era tarde. Me había retrasado unos minutos por estar discutiendo con Paul. Definitivamente era un caso perdido.

   «Estúpido profesor y estúpida sus nalgas —pensé—. ¿Quién las va a querer? Ni que fueran tan bonitas.»

***

   Agudicé mi vista para poder ver la hora en la pantalla del ordenador y luego me rasqué los ojos: mi vista estaba comenzando a cansarse. Eran las once de la mañana y ya estaba agotado de tanto redactar en la computadora. Los dedos me dolían. Tenía que escribir tres enormes artículos y gracias al cielo ya iba finalizando el último; eran para mañana, pero si lo hacía cuanto antes, podía faltar.

Your Heart is all I have ➳ McLennonWhere stories live. Discover now