Capítulo L.

2K 211 732
                                    

   El paso de los años había dejado vacíos, corazones rotos y una que otra tristeza...

   Había transcurrido bastante tiempo, unos cuarenta y ocho años, para ser exactos. Durante ese tiempo todo cambió de forma lenta y continua, como todo.

   Linda y Denny se habían casado por fin, y mantenían su relación muy viva, así como nuestra amistad. Jude ya era todo un hombre hecho y derecho; él también se había casado con su amor de Kinder: Lucy, quien estaba esperando dos gemelos. Heather ya era más adulta, también se había casado, pero se divorció y para intentar olvidar su trago amargo, se fue a vivir a New York con la familia de su madre. Mary tuvo un niño llamado Arthur, que tenía cierto parecido a Paul, su abuelo. Los peces y el caracol habían muerto, Martha también, y Mimi y Babaghi no fueron la excepción.

   Todo se había acabado, pero de alguna manera se iba renovando y le daba paso a nuevos estilos de vida y nuevos momento.

   Y él..., a sus setenta y seis años, seguía teniendo esa carita de bebé que me enamoró desde un principio.

   —Johnny, ¿has visto mi taza favorita?

   Sacudí mi cabeza en negación al escuchar su interrogante, al tiempo que me quitaba el suéter y dejaba visible mi camiseta blanca.

   —¿Por qué no usas otra? —le pregunté, en medio de una risita.

   —¿Cómo que use otra? Es mi favorita y debo tomar mi té favorito ahí.

   —Agh, por dios —negué con la cabeza. Suspiré al ver el bonito otoño a través de la puerta deslizadora—. Oye, ¿el hombre feo llamo?

   —¿Jude?

   —Ese mismo.

   Paul rió.

   —Sí. Me dijo que vendría en la tarde.

   —Agh, tan fastidioso —bromeé, levantándome—. ¿Saldremos a caminar?

   —¿Cómo un par de viejitos tórtolos?

   —Exactamente.

   —Claro —se sonrió—. Oye... ¿no hay algo diferente en mí?

   —¿Crema antiarrugas? Creo que no funcionó.

   —¿¡Qué dices!? —agarró un cojín del sofá y me lo aventó al rostro, haciéndome reír—. ¡Además, no me importa tener arrugas porque me quedan bien, así como todo!

   —Nadie se resiste a tus arrugas.

   —¡Basta, John! No soy Jude para que me estés insultando. Agh, no sé cómo no te he pedido el divorcio.

   —Porque estamos imaginariamente casados —contesté obvio—. Y porque me amas tanto que no puedes dejarme... ¡y porque nadie te soporta!

   —¡Tú sí me soportas porque no puedes resistirte a mí! Nadie lo hace, de hecho, porque nadie se resiste a...

   —... tu vejez. Lo sé, a la mía tampoco.

   —¡Agh, John! Ya, en serio. ¿Qué notas de diferente en mí?

   Miré su cuerpo empezando por sus pies cubiertos de unos zapatos depotivos, luego sus delgadas piernas que llevaban un pantalón de mezclilla y por último, un suéter de lana azul marino. No notaba nada distinto, para mí seguía siendo el mismo malcriado que cuando tenía veintiocho.

   —Nada.

   —¿¡Cómo que no!? —volvió a golpearme con el cojín—. ¡John, mi cabello!

   —¿Qué tiene de distinto?

   —Pues que usé otro color de tinte del que habitualmente uso.

   —Ah.

   —¿¡Cómo qué 'ah'!? ¡Debes decirme que me queda estupendo, como todo lo que me pongo!

   —Te queda estupendo, mi amor.

   —Ay, gracias.

   Se sonrió de forma dulce, y no tardó mucho para entrelazar sus brazos a mi cintura para darle entrada a un abrazo. En ese momento aproveché para darle un ligero apretón de nalgas, esas que se mantenían redonditas.

   —¡John! —se separó de mí al instante—. ¿Qué te sucede? Respeta.

   —¿No le puedo agarrar el trasero a mi esposa nalgona? Mira que cuarenta años soportándote no ha sido fácil.

   —Lo mismo digo. Aguantar tus idioteces no es fácil, porque desde que se fue Jude de esta casa, lo que has hecho es decirme que soy feo, que soy viejo, que ya no sirvo... ya no aguanto, estoy al borde del colapso.

   —Qué dramático eres —reí a carcajadas, logrando que él lo hiciera de una forma más baja—. Lo digo en broma, mi amor. Tú sabes que eres lo más bello, que estás un poquito viejito y que sirves para hacerme feliz.

   —¿¡Por qué Yoko no escucha eso!?

   —¡Agh, Paul! ¡Cuarenta años sacando a relucir el tema de Yoko! El que no aguanta y el que está al borde del colapso soy yo.

   —¿Dónde estará la china vieja esa? Debe estar por allá por china, bien lejos de aquí...

   —Paul.

   —Es que es verdad. ¿Su cabello seguirá igual? ¿O será que por fin se decidió a ir a un estilista?

   —Paul...

   —Imagínate como tendrá las nalgas —emitió una risita—. Patética.

   —Paul, ¿nunca cambias, verdad?

   —Eh, no.

   Me sonreí.

   —Por eso es que me encantas.

   Paul me miró con ternura, y no tardó mucho en volverme a abrazar. Aspiré su cálido perfume, al tiempo que envolvía su cuerpo en mis brazos y besaba su cabello.

   —Puedo jurar que estoy tan enamorado de ti como la primera vez que te vi, Paulie.

   —Obvio.

   —Paul.

   Rió un poco.

   —Ya, ya —dijo después—. Yo también estoy enamorado de ti, pero un poquito nada más, no mucho.

   —¿Ah, sí? Uhm, de maravilla...

   —¡Mentira, mentira! —me dio otro beso en la mejilla—. Sabes que estoy enamorado de ti como un idiota.

   —Yo también los estoy de ti, cariño. Me considero la persona más afortunada por tener a alguien como tú a mi lado. Eres mi rayito de sol.

   —Ay, Johnny —la vista de Paul se nubló. Si había algo que odiaba, era verlo llorar—. Cada vez que dices esas cosas me pones nostálgico.

   —Ya, no llores —limpié sus lágrimas con mi dedo pulgar—. Eres muy lindo sonriendo.

   —Siempre estarás para mí; y yo para ti, ¿verdad? Siempre estaremos juntos.

   Entrelacé su mano a la mía y la besé, para luego regalarle la mejor de mis sonrisas.

   —Siempre juntos.

   Esa era la realidad que me hubiese gustado vivir, si yo no hubiera abandonado el mundo a los cuarenta años. Lo único que me reconforta es que lo acompaño en cada paso él da. Porque ni la muerte pudo acabar el amor tan grande que sentíamos...

Fin

Your Heart is all I have ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora