Capítulo XXXIX.

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   Mi Jude esbozó una amplia sonrisa al ver al caracol en su nuevo habitad. La pecera la había "decorado" con tierra húmeda, y un que otras matas que arrancamos de los floreros de la señora que vivía en el primer piso.

   —Está feliz, papito —dijo él, mirándolo—. Así cómo tú ahora.

   —¿Y qué te hace pensar que yo estoy feliz?

   —Porque Paul y tú se quieren mucho y se dan besitos a escondidas.

   —¿Qué dices? —me apresuré a verlo, y de inmediato me levanté del sofá. No podía creer que un comentario de un niño de cinco años me hubiese avergonzado tanto—. Claro que no.

   —Claro que sí —y sacó su lengua, logrando que yo le aventara el cojín a la cara y que él riera—. ¡Papito! —protestó con voz risueña.

   —Deja de decir mentiras.

   —¡No soy mentiroso! Mañana le voy a decir a Paul que tú niegas que le das besitos.

   —Jules...

   Volvió a reír, tomó la pecera de la mesita de vidrio y me la extendió.

   —Ponla al lado de los peces, papito.

   —Y espero que sea la última mascota —murmuré, haciendo lo que me pidió—. Ya estamos repletos de bichos raros.

   Mimi y Babaghi, los cuales estaban en el sofá, emitieron un pequeño maullido.

   —Mentira, ustedes no.

   —¿Ves lo que haces? —Jules rodeó al par de gatos con su brazo—. No le hagan caso —murmuró.

   —Claro, como si pudieran entenderte y como si ellos no estuvieran obstinados de ti.

   —No lo están —los miró—. ¿Verdad qué no?

   —Jude, ve a cambiarte. La pizza se va a enfriar.

   —¡Sí, papito! —dio un brinco y echó a correr hacia la recámara—. ¡Yo quiero tres pedazos!

   —Ni siquiera logras comerte dos —murmuré, dirigiéndome a la cocina—. Si necesitas ayuda me avisas, ¿sí?

   —Sí...

   Me quité el suéter negro cuello alto, y lo aventé al sofá, quedándome en una cómoda franelilla. Busqué un par de platos, los coloqué en la barra de la cocina, así como también dos vasos con hielo: uno de vidrio y otro con motivos de Batman.

   Serví los slice de pizza en cada plato, luego la gaseosa de limón. En ese momento Jules se apareció frente a mí. Llevaba un short azul, camiseta blanca y un par de mediecitas que cubrían sus diminutos piececitos.

   —¿Ya, papito? Tengo hambre.

   —Sí —lo sostuve entre mis brazos para poder ayudarlo a que se sentara en las sillas altas de la barra de la cocina—. Ya está. No te ensucies.

   —No, papito —negó con la cabeza, y procedió a agarrar el trozo de pizza para darle un mordisco, mientras yo me sentaba—. Mmhm.

   —¿Te gusta? —imité su acto, degustando la deliciosa combinación del queso mozzarella con el maíz.

   —Ujum —asintió, pues tenía la boca llena. Tomé una servilleta y limpié sus mejillas, pues estaban llenas de salsa—. Está muy deliciosa.

   —Obvio, la hice yo —bromeé, guiñándole el ojo y haciéndolo reír.

   —Papito... ¿cuándo vas a poner el arbolito de Navidad?

   —Estoy es muy pequeño aquí —contesté, bebiendo un sorbo de gaseosa. A pesar que no era mi sabor prefería, era la opción que prefería cuando quería variar—. Va a quedar todo amontonado.

Your Heart is all I have ➳ McLennonWhere stories live. Discover now