Capítulo VI.

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   Me levanté de la silla de mi oficina y apagué el ordenador. Acomodé mi pantalón negro, y me quité la chaqueta azul marino, dejando ver un delgado suéter blanco que cubría mi pectoral, el cual hacía juego con el color de mis zapatos deportivos.

   Debía buscar a Julian, eran las once y media; siempre me gustó llegar un poquito más temprano, puesto que de seguro se ponía a llorar cuando salía y no me encontraba. Así era yo.

   Llegué muy temprano, así que me dio tiempo de ir a la cafetería y comprarle algo, porque casi siempre me decía 'papito, ¿qué me trajiste?'.

   Descargué el peso de mi cuerpo en el auto, sintiendo como la brisa traspasaba mi suéter y hacía temblar mis costillas.

   —Prefiero el frío mil veces que el calor —murmuré.

   En ese momento vi que Paul salió del colegio y bajó las escaleras, miró a su alrededor, y al verme, vino hacia mí. Tenía un pantalón gris, con botas beige y una camisa de cuadros algo desaliñada.

   —¿No tienes frío, nalgón?

   Él me miró sin expresión alguna, al tiempo que llevaba un trozo de goma de mascar que había sacado del bolsillo de su pantalón.

   —Jude está ayudando a mi esposa ¡mi esposa! ¡porque soy un tipo casado y con hijos! a ordenar los libros, así que pueda que salga unos minutos más tarde. ¡Casado! ¡No lo olvides!

   —Bien —asentí—. ¿No me vas a dar?

   —¿Qué cosa?

   Señalé el paquete de goma de mascar con mi boca, el cual estaba entre sus manos.

   —No. No lo mereces.

   —¿Y yo sí te pude dar una caja de cigarros? —sacudí mi cabeza en modo de reproche—. Qué malo eres.

   Rodó los ojos, sacó uno y me lo extendió. Lo miré con una pequeña sonrisa, acerqué mi mano a la suya y lo tomé, sintiendo un ligero roce de nuestros dedos. Abrí el envoltorio y llevé la goma de mascar azul a mi boca.

   —¿No tienes otro color? Los azules son mis menos favoritos.

   —No. Me gusta el de mora azul; me gusta el azul.

   —Manzana verde es mejor —refuté—. El verde es mejor.

   —Azul.

   —Tus nalgas son mejores.

   —Yo aún no puedo creer que un ser cómo tú exista.

   —Tampoco puedo creer lo lindo que eres, nalgón.

   —John.

   —¿Qué? —me reí—. Es la verdad. No miento.

   —Jude siempre dice que le mientes.

   Eso me recordó a cuando él decía 'mami siempre dice que...' Lo odié.

   —Paul... ¿por qué ayer me dijiste que jamás tendrías una cita conmigo?

   —¡Porque jamás la tendré! —aseveró—. ¡Jamás!

   —Nunca digas 'nunca'.

   —No estoy diciendo 'nunca', estoy diciendo 'jamás'.

   Se me escapó una pequeña risita, la cual se vio interrumpida por el posicionamiento de un auto negro (muy similar al que yo tenía) justo al lado del mío. De ahí se bajó una mujer de facciones japonesas, con lentes negros y un lip gloss en los labios, que le daba un toque más natural a su look. Vestía extravagante, a mí parecer: llevaba una chaqueta de cuero negra, la cual tenía cuello en V y dejaba ver una mínima parte de sus senos; el pantalón era del mismo material, muy ajustado al cuerpo, y sus tacones eran rojos carmesí. Su cabello era largo y azabache, y a pesar que tenía una coleta baja, se podía ver que tenía frizz. Era Yoko.

Your Heart is all I have ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora