Capítulo XI.

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   No podía dejar de pensar en lo que me había dicho. Estaba sentado en el sofá, me había dado un ducha y me había colocado un short negro, junto a una camiseta algo holgada de color blanca; Jules yacía a mi lado, viendo un programa infantil demasiado estúpido para mi gusto. Él también se había puesto ropa cómoda: un pijama de superhéroes y unos calcetines amarillos de pollito.

   —Papito...

   —¿Uhm? —subí mis lentes con la ayuda de mi dedo índice y lo miré. Julian se llevó un puñado de palomitas a la boca—. ¿Qué pasa?

   —¿Estás triste?

   —No —sacudí mi cabeza en negación y carcajeé sutilmente—. No estoy triste, Julian. ¿Por qué debería estarlo?

  —Porque yo estoy aquí. ¿Ibas con alguien y no pudiste porque yo estoy aquí?

   —No, claro que no —lo tomé entre mis manos y lo senté en mis piernas, para luego darle muchos besitos en la mejilla—. No tenía planes. Y si los tuviera, los cancelaría para poder cuidarte.

   —¿Entonces por qué estás triste?

   —No estoy triste.

   —Sí lo estás.

   —Bueno, tú ganas: sí lo estoy.

   Trataba de negarlo, pero sus palabras me habían afectado lo suficiente como para arruinarme el resto del día.

   —¿Y por qué?

   —Por Lola. La extraño.

   —No estés triste por Lola, papito —me abrazó—. Ella es una alfombra muy bonita.

   —Claro, lo sé —besé su mejilla y él se sonrió—. ¿No vas a comer más palomitas?

   —Sí —tomó el bowl, lo acunó entre sus brazos y se dedicó a ver la televisión sentado en mis piernas y con la cabeza apoyada a mi pecho—. ¿Quieres?

   Asentí, llevé mi mano al interior del bowl, para después llevármelas a la boca. Eran azucaradas, las favoritas de Julian.

   —Te quiero, papito.

   —Yo también te quiero.

   Besé su cabello y lo revolví, sacándole unas risitas. Al menos él me hacía olvidar el desagradable momento que había vivido en horas de la mañana.

   —Oye, ¿quieres que vayamos a algún lugar mañana?

   Jules me sonrió.

   —¡Sí, papito!

   —¿A dónde quieres ir? —acaricié su cabello y jalé un mechón, haciéndolo reír—. ¿Al parque, no?

   —Sí —asintió emocionado—, pero al zoo.

   —Pero al zoo ya fuiste. Además, ¿para qué quieres ver animales cuando tienes al esposo de mami que lo ves todos los días?

   —¡Papi! —Jules me regañó, para después emitir una suave risa—. Entonces iremos al parque —decretó—. ¿¡Me comprarás algodón de azúcar!?

   —No.

   —¡Anda!

   —Sí, está bien —reí—. Iremos.

   —¡Ya sé, ya sé! ¡Dile a Paul para que lleve a Heather!

   Mi sonrisa se borró al instante.

   —No, Julian —le dije—. Él debe estar ocupado mañana y no quiero molestarlo.

   —Uhm, está bien... ¿pero me prometes que luego iremos con él y Heather? Es ella y yo jugamos siempre.

Your Heart is all I have ➳ McLennonWhere stories live. Discover now