Capítulo X.

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   Sentí su barba rozar con la mía, causándome un pequeño cosquilleo en la mejilla; nuestros labios se movían con suavidad, a un ritmo peculiar que me hacía sentir todo en décimas de segundo.

   «¡Me besó; el nalgón me besó!», pensé.

   Cuando nuestro oxígeno no duró mucho, me separé de él y al verme, se sonrió un poco, a lo que yo me lamí los labios.

   —¿Qué... f-fue eso?

   Paul volvió a sonreír, haciéndome sentir la persona más tonta del mundo.

   —¿Te molestó?

   Sacudí mi cabeza en negación. Había sido lo mejor, no podía negarlo. Simplemente no podía.

   Los latidos de mi corazón se aceleraron cuando él se volvió a acercar a mí. Colocó ambas manos sobre mis mejillas e inclinó su rostro al mío, para comenzar a besarme con más intensidad. Deslicé mis manos hasta su cintura, logrando tocar esos pequeños rollitos en el abdomen que lo hacían lucir tierno.

   —Me haces cosquillas —soltó al separarnos y emitió una suave risa—. ¿Estoy gordo?

   —Me gustan tus rollitos.

   Paul se levantó y al instante volvió a sentarse, pero en mis piernas, estando cara a cara. Saboreé sus labios una vez más y un pequeño cosquilleo volvió hacerse presente en mis mejillas al sentir su barba chocar con la mía.

   Se separó de mí, llevó sus manos hasta mi cintura y me desprendió de la camisa, para después lanzarla a un lado. Acarició mi pectoral con parsimonia, al tiempo que mi intimidad se tornaba rígida, debajo de la tela del bóxer.

   —Esto no es... bueno —murmuré, sintiendo sus besos por todo el pectoral. Él tenía que estar ebrio. Ni en mil años o sobrio, hubiese hecho eso—. Ah... —se me escapó un jadeo cuando su intimidad comenzó a crecer y chocó con la mía—. Mm.

   Alzó la cabeza, esbozó una sonrisa pícara y desprendió su prenda superior con algo de rapidez, dejando ver su perfecto abdomen. No era perfecto por estar trabajado, ni por tener músculos, ni nada por el estilo; sino porque a él, la ligera gordura le quedaba de maravilla: esos rollitos le asentaban a la perfección.

   De forma inesperada se levantó, tomó mis muñecas e hizo que yo imitara su acto. Al tenerme de pie frente a él, me besó los labios con ímpetu, al tiempo que desprendía su cinturón y se quitaba el pantalón. Luego de hacer eso —y separarnos— logró deshacerse de sus zapatos con mucha agilidad, quedando igual que yo: en bóxer.

   Él era, sin duda alguna, una obra de arte.

   Me perdí en su belleza, literalmente, y no supe cuando él volvió a besarme. Amaba la forma en que movía sus labios, su lengua y me acariciaba los hombros. Me apresuré en corresponderle, mientras enredaba mis dedos en los mechones largos de su cabello azabache.

   —Ah, Paul —gemí.

   El mencionado sonrió una vez más, me tomó de las manos y comenzó a dar pasos torpes hacia atrás (para encaminarnos hasta la habitación), mientras que yo trataba de no enredarme con sus pies.

   —¿Estás seguro? —indagué al entrar. Me sorprendió verlo tan decidido—. Paul... ¿s-seguro que no estás ebrio?

   Rodó los ojos. Algo muy característico de él.

   —Seguro. Además, ¿si lo estuviera qué?

   Me jaló por el brazo, haciéndome ir hacia él, mientras que se sentaba en el borde de la cama. Rodeó sus brazos en mi cuello, lo que me hizo inclinarme a él y apoyar mis manos en el colchón para no descargar todo el peso de mi cuerpo sobre el suyo.

Your Heart is all I have ➳ McLennonWhere stories live. Discover now