Capítulo XVIII.

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   Mi ceño se arrugó ligeramente, mientras que ladeaba mi rostro, y sonreí un poco por inercia. Tomé una rebanada de fresa, la llevé a mi boca y luego me dispuse a bajar a Julian de las piernas de Paul.

   —¿Te gustó, papito?

   —Claro que sí —asentí y besé su mejilla—. Pero ahora quiero que vayas a buscar ropa y te bañes, ¿sí?

   Él sacudió su cabeza de arriba hacia abajo y echó a correr hacia la recámara. Al estar solos, miré a Paul y éste esbozó una sonrisa de lado.

   —¿Tú... estás hablando en serio o son otras de tus bromas?

   —Ah, ¿no me crees? Bien, como quieras —llevó la mano hasta el plato y destruyó la frase que él había armado con cereales—. Yo trato de hacer cosas lindas y a ti no te gustan.

   —Sí me gustan —expliqué—, pero es que eres tú el que lo arruinas siempre.

   —¿¡Yo lo arruino!? ¿¡Y quién es el que está esperando un hijo chino de Yoko!? ¿¡Yo!? ¡No: tú!

   —Ahí lo estás arruinando.

   —Agh, olvídalo —se cruzó de brazos y me dio la espalda—. No tiene caso.

   —Ya, Paulie —lo abracé, para luego darle besitos en la mejilla, haciendo que su barba me causara cosquillas—. No quiero que pelees conmigo, ¿sí?

   —Ajá.

   —¿En serio hiciste eso porque me amas?

   —Sí, pero ya no te amo.

   Me coloqué frente a él y volví a abrazarlo. Paul me rodeó con sus brazos y apegó su rostro a mí pecho, mientras que yo me dediqué a acariciar su linda (y húmeda) cabellera azabache.

   —No te amo, te quiero. Lo que pasa es que no encontraba la letra 'q'. Es todo.

   Tomé su mentón y lo alcé, obligando a que me mirara a los ojos. Incliné mi cuerpo, al momento que colocaba las manos en su cintura y él en mi cuello. Lo besé con dulzura, sintiendo el leve jugueteo de nuestras lenguas.

   —Mentira. Sí te amo... pero más a Linda porque es mi esposa, claro.

***

   Froté mis manos entre sí para poder entrar en calor. Por más que me había esmerado en escoger prendas para el frío, no lo logré: tenía la mayoría sucia. Así que tuve que conformarme con cosas simples: camisa blanca, suéter de cremallera verde oscuro y un pantalón de mezclilla que tenía un agujero en la rodilla derecha; para mis pies escogí unas botas beige al estilo leñador.

   No era la mejor combinación, pero estaba lindo.

   Caminé al frente hasta poder adentrarme al colegio de Julian. Era lunes y había tenido un no muy lindo día de trabajo.

   La puerta verde del salón estaba cerrada y pude escuchar algunos murmullos en el interior; había llegado un poco más temprano o Linda se había tardado más de lo acostumbrado.

  —¿Quién es la bebé más linda del mundo? —escuché decir.

   Aquello provenía del salón de al frente: el de música. La puerta estaba ligeramente entreabierta, así que me asomé. Paul estaba sentado en una silla y sostenía a Mary entre sus brazos. Él tenía una camisa de vestir naranja claro y un chaleco negro que le combinaba con el pantalón y los zapatos. Por otro lado, Mary tenía un bonito suéter rosa de Minnie Mouse, que era un conjunto con su pantaloncito.

   —Obvio tú —siguió diciendo. Aún no se había percatado de que yo estaba viéndolo—. Sí —besó su mejilla—, eres linda. Preciosa como papi, ¿verdad qué sí?

Your Heart is all I have ➳ McLennonWhere stories live. Discover now