Capítulo V.

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   —¡Sí! ¡Gané! ¡London Lions ganó! ¡Primera vez en mi vida que gano una apuesta!

   Paul dio un pequeño brinco, me miró con el ceño fruncido, mientras que yo me dediqué a celebrar. Después caí en cuenta que él estaba medio dormido y que sus botellas de cerveza estaban vacías

   —Me debes una caja de cigarros. Yo nunca pierdo.

   —¿Qué? —apagué el televisor y me senté, luego de celebrar por dos segundos—. Me debes la caja tú.

   —No —negó con la cabeza y frunció el ceño—. Tú me debes la caja.

   —¿Quieres que te dé otra cosa?

   Él se apresuró a verme a los ojos, desvió la mirada con rapidez y chasqueó la lengua, tratando de denotar indiferencia.

   —Quiero mis cigarros.

   —¿Fumas?

   —No —contestó obvio—. Claro que sí —dijo después—. Dámelos, lo prometiste.

   —Si perdía —aclaré—. Pero perdió tu equipo.

   —¿Ah? ¿Mi equipo? —él bufó—. ¿Tengo cara de aficionado al baloncesto? No. No me gusta.

   —¿Ah, no? —fruncí el ceño y me acomodé en el asiento—. ¿Por qué dijiste que sí?

   —¡Yo nunca dije que sí me gustaba! Nada más lo hice para... ¡para poder venir hablar contigo, sí! Ya que dijiste que ibas a ver el juego, pues decidí que vendría a verte y... ¡no, a ti no: al juego! ¡Quiero decir: eso tampoco porque no me gustas tú! ¡Tú no, el baloncesto! Pero tampoco quiero decir que tú seas feo, no, no lo eres, ¡para la demás personas porque a mí no me pareces bonito! Bueno, un poquito nada. En fin, quería hablar sobe Jude y como pusiste la excusa del juego, pues... pues decidí venir si importar.

   —Paul... ¿ideas mías o me dijiste que yo te parecía bonito?

   —Ideas tuyas, porque tú no me pareces bonito... ¡ni mucho menos irresistible!

   Me sonreí.

   —Voy por tus cigarros —me levanté del sofá y me dirigí a la cocina. Abrí los cajones de la cocina (justamente donde guardaba los pocos utensilios que tenía), agarré la caja y volví a la sala—. Aquí tienes.

   —¿Los guardas en la cocina? —los agarró, manteniendo el ceño fruncido y abriéndola.

   —Sí —me senté a su lado y acerqué el cenicero, el cual yacía sobre la pequeña mesa de vidrio que había frente a nosotros—. Siempre los guardo ahí.

   —¿Jude no los ve?

   —No —negué con la cabeza—. No dejo que se acerque a la cocina.

   —¿Tienes fuego?

   En la mesa había una caja de cerillos. Siempre prefería usar esa porque, a mí parecer, era mucho más fácil y rápido de manejar. Paul la agarró, sacó uno y lo encendió, para luego acercarlo al cigarro que yacía en su boca. Le dio una calada, lo juntó entre sus dedos y expulsó un poco el humo.

   —Tiempo sin hacerlo.

   —¿Por qué? —agarré uno y repetí el mismo proceso que él—. ¿Tratas de dejarlo?

   Él se rió, le dio otra calada y mantuvo el humo en sus pulmones por varios segundos.

  —A Linda no le gusta que lo haga.

   —Uhm, comprendo —expulsé el humo por mi boca, logrando que una capa del mismo llenara la habitación—. ¿Y qué tal te va con ella?

   —Bien. Bien. ¿Y a ti?

Your Heart is all I have ➳ McLennonWhere stories live. Discover now