Capítulo 4

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— Son sesenta dolores — habla el conductor del taxi

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— Son sesenta dolores — habla el conductor del taxi.

Miro en su dirección. Con sus gafas de sol totalmente negras, su barba incipiente y sus facciones tan duras mientras aprieta la mandíbula, cualquiera diría que es un narcotraficante. Pero, por supuesto, eso me lo guardo y, en cambio, saco mi monedero para pagarle.

Me despido al dejar mi maleta en el suelo. No me contesta ni por un segundo cuando el taxi ya está saliendo a la carretera. A ver si va a ser verdad que es narco y nadie lo sabe.

Río de mí misma girándome para observar el lugar donde viviré durante mis próximos cuatro años, si todo va a salir de boca. Mis ojos se pasean por toda la residencia estudiantil. Desde su arquitectura de ladrillo rojo, hasta sus pequeños matices de color blanco en las repisas de las ventanas. Un enorme cartel «BIENVENIDO A WELSTON» cuelga de la azotea del edificio.

Sonrío.

Es verdad, estoy en la universidad.

Retiro mi vista del edificio para coger la maleta que ya lleva dando vueltas desde las siete de la mañana, es hora de un descanso. Sinceramente, yo voy con el estómago vacío también. Estoy desde esta mañana sin probar bocado —nada más que con una taza de café— y, siendo las once y media de la mañana, me muero de hambre.

El camino hasta la entrada de la residencia se hace tranquilo. Varias personas van en grupo, otras en parejas, hay incluso familias acompañando a sus hijos. Ojalá tener algo así en algún día. Entro al interior del edificio deleitándome de tanto lujo.

Es increíble que esté permitido que una universidad sea tan perfecta.

La recepción está a pocos metros de mí y, cuando camino hasta la que supongo que debe ser la secretaría, ella levanta la cabeza con una sonrisa reluciente. Su cabello totalmente pelirrojo cae sobre sus hombros, unas pequeñas arrugas a cada lado de su boca la hacen rondar por los cuarenta —o quizás mucho menos, nunca se me han dado bien las edades— y su hermoso vestido blanco liso me deslumbra.

«Aquí hay demasiado lujo», me cachondeo en mi interior.

— Buenos días — saluda ella primera, imito su sonrisa contagiosa. Su voz es dulce y cariñosa, cualquiera sonreiría en mi lugar al escucharla —. ¿Puedo ayudarte en algo? — interroga. La amabilidad tiñe su pregunta.

¡No me beses! (U.D.S.#4)Where stories live. Discover now