Capítulo 20

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— ¿Y si cambiamos este "fa" por una de "sol"? Podría darle un tono más agudo, más profundizado — aconseja, lo pruebo en la guitarra e, instintivamente, niego con la cabeza.

— Parece que le hayan dado una patada a un burro — espeto. Chad abre la boca, sorprendido y a la vez divertido, de mi comparación.

Se ríe a carcajada limpia y se inclina hasta mí. Me quita la guitarra de mis manos y la deja con una interesada delicadeza sobre el suelo, apartada de nuestro lado. No sería la primera vez que se me olvida que está ahí debajo y la piso. Es una suerte que resista tanto.

— ¿Qué te parece si paramos un rato? Ya tenemos la letra y nos falta darle el toque al ritmo, podemos hacerlo otro día — explica.

Asiento. A fin de cuentas, aún no hemos terminado el primer semestre y nosotros ya le estamos dando los últimos detalles. Hay otras parejas que aún no saben ni qué tema van a tocar. Por eso, a estas alturas, nuestro proyecto es de los más avanzados.

Delilah va a estar orgullosa de mí. Va a estar orgullosa de los dos.

— De acuerdo — acepto. Como una petición de bandera blanca, mi estómago ruge en busca de una desesperada provisión para engañarlo. Después voy a cenar y no voy a tener hambre —. ¿Quieres comer algo? — interrogo levantándome del sofá.

Se encoge de hombros siguiéndome —. ¿Qué tienes?

— No mucho. Galletas, chocolate, muffins, leche, tortitas... ¿Te apetece algo?

— ¿Solo tenéis bollería? — cuestiona con la sonrisa en el rostro. Abro el armario y miro lo demás que puede llegar a haber.

— Compramos comida solo para desayunar, las cenas las compramos en la tienda de abajo — comento aceptando que, aunque lo deseara (que no lo hago), no voy a hacer ni un solo plato.

— ¿Acaso ninguna de las dos sabe cocinar?

Me giro para observarlo detrás de mí. La puerta del armario sigue abierta y Chad se preocupa por que no me dé contra el pico de esta mientras me volteo. Pone una mano detrás de mí, en la puerta.

— Quemaría cualquier cosa que estuviera sobre esa cosa — señalo los fogones eléctricos —. Además, los plomos de la luz saltan cada dos por tres y siempre terminamos cansándonos.

— Eso suena a excusa — canturrea. Sus manos terminan, por arte de magia, sobre mi cadera. Me apartan del armario antes de que pueda reaccionar y me llevan al otro lugar de la cocina, en donde me apoya sobre la encimera y se cierne sobre mí.

El aire se queda atascado sobre mi garganta. El calor de su cuerpo se siente abrasador. Su aroma a coco se filtra por mis fosas nasales. El tacto de sus manos debajo de las mías me envía corrientes eléctricas. Tantas, que noto que mi sistema se ha sobrecargado.

¡No me beses! (U.D.S.#4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora