Capítulo 38

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En un estado en el que la única sensación que conozco es la de la falta de timidez, de racionalidad y de justicia, la mejor salida es no hacer nada. Seguir con tu vida, o el intento de ella, disfrutar de los segundos en los que las preocupaciones se evaporan y dar el paso hacia un maravilloso oasis de descanso, de poder respirar sin un piedra en la garganta.

Muevo mi cuerpo, la bebida en mi mano y sonriendo al conseguir no conservar en mi interior nada más que la alegría. Por mi organismo la euforia se filtra como un recordatorio de lo bien que se encuentra una persona en su estado de máxima felicidad cuando todos sus sentidos están apagados. El pelo se me mueve de un lado a otro chocando con mi rostro y arrugando mis cejas cuando llega a picarme el impacto.

No paro aún así, la sensación es extremadamente increíble. Tanto como para no quitarme la sonrisa de la cara, ni como para obligarme a bajar los brazos al bailar y contonearme contra personas que no conozco. No tengo el recuerdo de nada ni de nadie, no entiendo qué estoy haciendo aquí y por qué estoy haciendo esto.

Mis pies se mueven, no soy responsable de su movimiento. Ni tampoco de mi boca cuando se frunce y pronuncia unas palabras que hacen sonreír a la chica de cuerpo voluminoso de la barra. Tampoco sé lo que me dice, al tener los oídos taponados, cuando me acerca una bebida de aspecto dorado a mis manos.

La agarro, empino el codo y permito que el escozor llegue hasta mi sangre.

Me sobresalto cuando, de repente, un objeto vibra en mi trasero. Abro los ojos, asustada, mirando hacia atrás. No hay nadie, todas las personas son ajenas a lo que yo estoy haciendo. Mi mano libre de la copa se desplaza hasta el lugar donde el aparato vibra, sonrío, o hago el amago de ello, al reconocer que es el móvil.

La exasperación arruga mi frente, un bufido molesto escapa de mi boca cuando enfoco la vista hasta leer el nombre de Chad en la pantalla de mi móvil. Ahogo mis sentimientos, le doy otro sorbo a mi copa de no sé qué bebida y contesto al teléfono.

— ¿Qué quieres, Chad? — espeto, la diversión sigue presente en mi organismo. Me río cuando la pronunciación de su nombre me parece gracioso. Chad, ¿qué tipo de nombre es ese?

No se escucha nada al otro lado de la línea, arrugo la frente, confusa, retirando el móvil de mi oreja. La música remplaza a mi audición con el teléfono y lo vuelvo a colocar sobre mi oreja para una mayor escucha.

— Estás borracha, otra vez — habla, tan bajo que casi no lo escucho. Sonrío.

— No estoy borracha, solo me he tomado dos copas — ¿o han sido tres? ¿Cuatro? Quizás sí que me he bebido más de dos pero no tantas como para estar borracha. La gente de aquí no me ve como borracha, ¿verdad?

— Sal de donde estás, Nora. Dime donde cojones estás — masculla, su voz molesta me sobresalta. El corazón me late a mil por hora y una gota de sudor se desplaza por mi frente. De repente, el lugar a mi alrededor no me parece tan sobrecogedor. Sonrío, no voy a encontrar mejor lugar que este, no tengo que ser una paranoica.

¡No me beses! (U.D.S.#4)Where stories live. Discover now