Capítulo 12

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La primera vez que me atreví a cantar, la voz me temblaba. Conseguí tocar la guitarra primero, me aprendí todos los ritmos de las canciones que más me encantaban y después las cantaba sin cantar. Gesticulaba con los labios, la acoplaba a la canción para que no me descompasara pero nunca terminaba de alzar la voz.

Comencé a crear mis propias melodías, a tararear y, cuando al fin conseguí componer una canción por mí misma, me atreví a mostrarle al mundo de lo que era capaz. En el silencio de la habitación de la casa de mi hermano, creyendo que no había nadie a cincuenta metros a la redonda.

Dylan apareció cuando la canción terminó. Ni siquiera recuerdo por qué estaba delante de mis ojos, de la guitarra que cogía de mi hermano Tyler —el chico que murió y que es mi hermano— sin que Dylan se diera cuenta. Él se había ido con su mujer, Skylar. Siempre me aseguraba de que no hubiera nadie por casa antes de ponerme a hacer mis asuntos.

Fue él, mi hermano, el primero que me dio su mejor opinión sobre cómo cantaba y las canciones que tocaba. Todavía consigo recordar sus ojos sorprendido cuando vio la guitarra de nuestro hermano entre mis brazos y la sonrisa que le secundó tras eso. Era el chico más emocionado del maldito universo y yo solo quería que la tierra me tragara.

Niego con la cabeza. Cada vez que ponía las notas sobre la partitura me acordaba de esa escena. La escena que me llevó a querer ser quién soy aunque me costara. Ya sea por las pocas salidas que tienes con la carrera, por el talento necesario para triunfar o por el estrés que eso supone, sería capaz de repetir el mismo proceso una y otra vez.

— Voy a ir al centro comercial, ¿quieres venir? — interroga Amber apareciendo en el salón.

Le echo un vistazo determinando la manera en la que mira el interior de su bolso, escarba dentro de él y, finalmente, saca el móvil. Me sonríe y lo agita delante de mí, como si quisiera que me diera cuenta de su gran hazaña.

— No, gracias. Tengo que terminar unas cosas — agradezco.

Alza una ceja —. ¿Qué estás haciendo? — interroga acercándose hasta mí en el sofá. Permito que mire las hojas que tengo encima de la mesa con un millón de garabatos escritos en ello. Tiene gracia que, tras todos esos borrones negros y horripilantes, se esconda una melodía —. Yo aún no he empezado con los trabajos — me avisa.

— Es la señora Delilah — respondo —. Tenemos que hacer una canción para el festival de fin de curso. Van a haber agentes, cazatalentos y todos esos que te llevan al estrellato — bromeo —. Ya sabes que no llevo bien el Copyright y toda esa mierda, necesito alguien que me asesore — me cachondeo, una pequeña risa que se queda a medio camino en mi garganta.

Termina siendo un bufido divertido.

— ¿La has compuesto tú? — cuestiona de repente, tras unos segundos que me parecen eternos. Sus manos siguen sosteniendo los papeles con la canción. Me muerdo el labio y digo que sí pese a que la voz se empieza a evaporar. No me agrada cuando lo preguntan y se vuelven a quedar callados. Me da la sensación de que no está bien —. Es increíble, Nora — se impresiona. Pasea, aún, sus ojos por el trozo de folio.

¡No me beses! (U.D.S.#4)Where stories live. Discover now