CAPÍTULO I

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Un día peculiar, está opaco y frío, quiere llover pero nada que sucede, el día lo siento melancólico, el sol se asoma con gran timidez, solo unos rayitos logro vislumbrar por los ventanales de mi recamara avisándome que ya es hora de comenzar un nuevo día. Como siempre me alisto con tiempo, algo simple como unos pantalón negro, una blusa color blanca, unos lindos zapatos negros de tacón aguja, una chaqueta de cuero negra, un bolso lo suficientemente grande y por supuesto que sea de preferencia negro, pendientes que hagan juego con un collar, acomodo mi flequillo frente al espejo que hay en la sala.

En menos de nada veo como el suelo se aproxima a mí. — ¡Rayos! — Voy tarde para la primera clase, yo nunca llego tarde. — ¡Auch! Maldición por qué hoy. — Cuando tengo afán todo se junta para que desespere y nada salga como lo planeo.

Me pongo de pie, me arreglo un poco la coleta que me he hecho y salgo del apartamento, en la portería saludo a Javier es un hombre de unos 50 años, piel morena, ojos cafés oscuros, cabello negro, es más alto que yo, por lo que me ha contado lleva quince años trabajando en este edificio. Hago el intento de detener un taxi y hoy como que no es un buen día para mí, estoy retrasada, me he caído y no se detiene ningún taxi. ¿Algo más sucederá para completar el espléndido día?

Escucho un fuerte silbido y volteo para ver quién lo ha hecho, Javier con una sonrisa está observándome, con un poco de timidez le sonrío y por fin un bendito taxi se detiene frente a mí. En ocasiones hasta la sonrisa de alguien distinguido se puede contagiar.

— Gracias. — Grito mientras subo al taxi. Lo veo sonreír, al parecer se está burlando de mí. — Buenos días, a la carrera tercera con veintiséis por favor. — Observo el reloj son las 6:30 a.m. Creo que hoy no me salvo del sermón que me harán por llegar tarde.

— Con gusto señorita. — El taxista maneja lo más rápido posible y en el fondo se lo agradezco.

En el trayecto intento distraerme con lo que veo una ciudad constituida de edificios muy altos y puentes realmente hermosos pero al final siempre termino pensando en lo mismo. A veces lo más cercano que podemos estar de la felicidad es el poder soñar, en este caso una vida ideal con el futuro padre de mis mellizos, bueno él aún no lo sabe, en realidad sería extraño decirle la verdad. — ¿Qué le diría? — Alexander, no, profe Alex, si así suena mejor, tú..., tú me gustas carajo, me gusta todo de ti, eres el hombre más lindo y carismático que he conocido, ¿quieres ser el futuro padre de mis mellizos? —

Sería una locura, salgo de mi pequeño mundo de fantasía y noto que estamos inmersos en un trancón, no estoy muy lejos de la universidad, observo mi reloj nuevamente y decido bajarme aquí y caminar lo que falta, debo llegar sí o sí. Todavía me duelen las rodillas por el golpe mañanero, se supone que uno en la mañana debe hacer otra clase de cosas, no caerse como tonta mientras se termina de arreglar.

Bajo del taxi y comienzo a caminar, mis ánimos no están del todo positivos. Voy pasando por el puente y ya comprendo el porqué del trancón, un accidente de un auto particular y un taxi, hay ambulancias y unos paramédicos, está la policía y uno que otro chismoso observando, paso de cerca pues no tengo de otra y veo que están subiendo a un hombre a la ambulancia cuando noto quien es, mi corazón se acelera a mil por hora, siento un balde de agua fría que ha caído sobre mi cuerpo, lo primero que hago es correr hacia él, su frente está lastimada, sus ojos hinchados, hay una varilla incrustada en su abdomen. Es el peor panorama que he visto hasta hoy. Un frío recorre todo mi cuerpo.

— ¿Quién es usted? — Me dice uno de los paramédicos.

— Yo soy una alumna de él. — Mis ojos comienzan a dejar caer las lágrimas, nunca he presenciado algo tan horrible como esto. — Puedo ir con él. — No se me ocurre preguntar algo más.

ESTA VIDA Y LA OTRA.Where stories live. Discover now