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No me gusta el Zafiro. La banda de rock en vivo me taladra los oídos con su batería y los clientes hablan demasiado, además las luces de colores me marean. Doy sorbos a mi cerveza y veo a Iñaki mover la cabeza y los hombros al ritmo. Somos los únicos en la barra, y agradezco que estemos casi a oscuras, sino la gente lo reconocería y no podríamos beber en paz.

—¿Y qué tal? ¿Te gusta? —me pregunta casi gritando. Yo asiento.

Lleva dos tequilas dobles, eso lo pone de muy buen humor.

—Luego te doy tu regalo —me da una sonrisa enigmática. Siempre me obsequia cosas ridículamente caras como un reloj de alguna marca italiana, un cinturón con hebilla de oro y unos gemelos con esmeraldas.

Iñaki me rodea los hombros con su brazo, como cuando éramos jóvenes. Perora acerca de lo incompetente que es la nueva productora ejecutiva de su programa, deteniéndose solo para ordenar otra bebida o chupar un limón. Me prometió que no se embriagaría mucho para que yo pudiera hacerlo y él condujera el auto, pero tal parece que lo olvidó. No me importa, de todos modos prefiero embriagarme en casa que aquí con tanta gente.

—Te va a gustar tu regalo, son dos cosas —alza dos dedos—. Dos cosas buenas, solo cosas buenas para ti, Gus.

Ya está empezando a arrastrar las palabras.

—Gracias.

Iñaki me sonríe y luego a la bartender. Él lleva gafas oscuras aunque sea de noche, pero extrañamente no le lucen mal. Un rato después me pide que salgamos a fumar y acepto enseguida. Detrás del bar apenas se escucha la música.

—¿Recuerdas las clases de Brasme? —me pregunta Iñaki después de dar una calada a su cigarro.

—Sí. Eran buenas clases, pero me daban sueño.

—Yo todavía conservo mis apuntes. No era mi maestro favorito, pero ahora que ya ha pasado tiempo lo echo de menos. ¿Y tú?

—No lo extraño ni un poco. A Marla sí.

—Marla era demasiado aplicada —Iñaki sonríe—. Oye, ¿recuerdas la clase de la sirena?

Alzo la mirada al cielo. No hay ni una sola estrella.

—La recuerdo muy bien. Ese trocito de carne fue la gloria.

—No importa cuanto coma, siempre quiero más.

Volteo a verlo, perplejo.

—¿Has vuelto a comer sirena? ¿Cuándo?

—Hace como tres días si no mal recuerdo.

—Pero...hace ocho años eso se volvió ilegal. No se puede ni tener una sirena en casa, te dan cinco años de prisión.

Iñaki se carcajea.

—¡Oh, vamos! ¿Crees que porque ahora hay una ley contra eso todas las sirenas están a salvo? Existen criaderos clandestinos, miles de ellos.

—Eso es como con la trata de personas...

—No. Las sirenas son animales, no personas. Tienen unas cuantas características humanas pero a fin de cuentas son criaturas irracionales que te comerían entero si les das oportunidad. Esos activistas idiotas metieron demasiada presión al gobierno por algo de tan poca importancia como liberar a las sirenas, habiendo tantas otras causas por las cuales luchar y que sí harían la diferencia. Tanto drama para darles derechos humanos a las sirenas, es tan ridículo como darle derechos humanos a los atunes.

Me vienen recuerdos de la sirena en la clase de Brasme; sus grandes ojos negros, su piel pálida y gruesa. El sabor de la carne blanda regresa a mi boca.

—¿Sabes? Yo tengo tres sirenas en mi casa —confiesa Iñaki tirando la colilla al suelo para después pisarla—. Llevan dos años ahí y no ha ocurrido nada. No envejecen, y me han dicho que si las cuidas bien duran bastante tiempo.

Nunca he ido a la casa de Iñaki, pero he visto fotos. Es gigantesca.

—Tú decías que no te gustaban las mascotas exóticas —digo.

—Bueno, yo no les pondría la etiqueta de "mascotas". Son como mi pequeño harén secreto. Te sorprendería lo que esas criaturas pueden hacer.

Se me revuelve el estómago.

—Pero...ellas...ellas no tienen...

—¿Un agujero? No, pero sí manos y boca. Sus lenguas son más viscosas que las de una mujer humana, y ligeramente más largas.

Me dan arcadas. Hace unos años eso era común, incluso las empresas dedicadas a la pornografía incluían sirenas en sus producciones, pero nunca me gustó y a Iñaki tampoco. O eso creía hasta ahora. ¿Acaso no acababa de decirme que consideraba a las sirenas como animales? ¿Cómo podía hacer ese tipo de cosas con animales?

—Gus, no pongas esa cara, me haces sentir como un depravado —dice Iñaki, muy serio.

«Es que lo eres» pienso.

—Mejor ya no hablemos de mí —dice él—. Te voy a dar tus regalos. Bueno, solo un regalo ya que el otro no sé si lo quieras.

—¿Cuál es el otro?

Iñaki ignora mi pregunta y saca de su bolsillo trasero un fajo de billetes atados con un listón rojo.

—¡Feliz cumpleaños! Ahora podrás comprar cincuenta libros de cocina o pasar una noche con una puta de lujo.

Guardo los billetes en un bolsillo de mi abrigo.

—Gracias, ¿cuál es el otro regalo?

—Vas a rechazarlo.

—Dime.

Iñaki me da un amago de sonrisa.

—Una sirena.

—¿Qué?

—Una sirena. Obviamente no puedo dártela aquí y ahora porque terminaríamos con el culo abierto en prisión, pero el criadero puede hacértela llegar discretamente a tu casa, solo tienes que confirmarme para darles tu dirección. Yo la escogí, es de alta calidad.

—...

—Vives en una casa enorme en un lugar muy aislado, no creo que pase algo. Además dudo que quieras tenerla como mascota, ¿verdad?

De solo pensarlo me estremezco. Si un simple pedacito me mantuvo feliz por semanas, ¿cómo me sentiría después de comer una cola entera?

—¿En...en serio son discretos?

—Puedes estar seguro de eso. He sido su cliente por cinco años y no me han fallado. Vamos, acéptala. Tiene una cola muy grande, te va a encantar.

Trago saliva. Recuerdo perfectamente cómo se hace el sashimi, podría darme el festín de mi vida.

—Sí, acepto.

Así persiste el océanoWhere stories live. Discover now