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Marina no suelta mi mano.

Nadamos juntos sin rumbo, y el agua parece no tener fin. No hay peces ni plantas, solo agua. Agua tibia. Marina se mueve con gracia, gozando de su elemento. Me pregunto en cuánto tiempo superará su miedo al mar real y me pedirá que la lleve a él. Me aterra la idea, y me siento mal por eso. Ella estará bien sin mi, pero yo no sin ella.

Pienso en nuestros cuerpos físicos, eso me hace sonreír. En este momento Marina debe seguir sobre mí, su cabeza reclinada en mi hombro o en mi pecho. Sus ojos delicadamente cerrados. Sus labios entreabiertos.

Veo una medusa pasar, y el agua se hace un poco más cálida. Conforme avanzamos aparecen más y más criaturas marinas, como peces, mantarrayas y tortugas. Nos detenemos al nos topamos con un cristal, y veo que estamos en la enorme pecera de un acuario. Un niño pega su nariz al cristal y me ve con curiosidad, como si fuera uno de los peces. Rápidamente pierde el interés al notar a Marina. Tres amigos suyos aparecen y la saludan con las manos. Ella corresponde.

—¡Papá, aquí hay peces payaso! —dice una chica acercándose a la pecera. La reconozco enseguida; es Gloria de adolescente. Tiene el cabello largo y en dos trenzas, y lleva del brazo a mi versión de ocho años. Luzco tan apagado como siempre. Mi padre los sigue, y fotografía a los peces.

—Es tu familia —dice Marina.

—Sí —respondo con orgullo.

Mi madre aparece al poco rato. Aprieto los labios.

Su pelo rubio, su maquillaje impecable, sus faldas amplias. Camina con elegancia. Acerca su mano al cristal.

—Es más linda que en las fotos —opina la sirena—. Y sus ojos son tal como los tuyos.

Mi madre está junto a Gloria y yo. Estoy pálido y ojeroso, pero a pesar de ello no luzco enfermo o triste. Era feliz, eso me hacía brillar un poco.

Veo mi pasado sin saber si estoy llorando.

La familia se va poco rato después, y no siento el impulso de detenerlos. Veo a Marina; se ha sentado en la perla de una enorme ostra abierta de utilería. Los peces se posan en sus manos y hombros. Voy hacia ella y el agua cobra vida, impulsándonos lentamente a la superficie. Instintivamente tomo su mano y relajo el cuerpo. Ya arriba, veo que estamos en la piscina de una casa de verano. La reconozco enseguida.

«Las últimas vacaciones con ella» pienso.

Marina mira alrededor, fascinada.

—Qué lugar tan grande —dice—. ¿Vivías aquí?

—Mi padre alquilaba casas de este estilo cuando salíamos de vacaciones en verano —le digo.

Mi padre sale de la casa, empujando a mi madre en su silla de ruedas. Al poco rato aparezco yo a los doce años. Me veo cansado, el poco brillo que tenía se ha ido. Mi madre está desaliñada, con una manta sobre el regazo. Tiene la mirada ausente.

—Sus piernas... —dice Marina.

—Sí, aquí ya no las puede mover. Ella tuvo el accidente de coche tres semanas antes de salir de vacaciones, cuidé de ella poco después de que salió del hospital.

—¿La cuidabas así como cuidas de mí?

—Sí, algo así —veo a mi madre fijamente, tengo los brazos apoyados en el borde de la piscina—. Mi padre contrató una enfermera, pero no sirvió de nada. Mi madre no comía ni se tomaba sus medicamentos si no la atendíamos nosotros. Gloria y mi padre comparten la misma personalidad explosiva y no son pacientes, solo yo podía hacerlo.

Es la primera vez que cuento esto. Han pasado dieciocho años. Ni siquiera Iñaki o Marla lo supieron.

—Hice todo para que mamá no nos dejara, pero aun así se mató —digo—. Entiendo lo horrible que ha de ser no poder seguir haciendo lo que amas, el ballet era su vida, pero...Nosotros...

Aprieto los labios.

—Tal vez te dejó porque pensó que era lo mejor para ti —dice Marina.

Si eso lo hubiera dicho otra persona estaría enfurecido.

—¿Por qué crees eso?

—Te ves muy deprimido, Gus —Marina mira a mi versión joven con la cabeza gacha, sentado en el borde de la piscina, con los pies en el agua, sin deseos de sumergirse—. Puede que tu madre haya creído que era por su culpa. Por lo que me has contado ustedes se divertían mucho juntos cocinando y bailando. Ella perdió el gusto a todo eso y su relación contigo ya nunca volvió a ser la misma.

Marina está muy seria. Es tan lista y comprensiva, no la merezco.

—La echo mucho de menos —digo con la voz quebrada, y ella se acerca a mí y me rodea con sus brazos.

Me siento en paz. Un simple contacto con ella y me siento ligero, capaz de todo. Esta es la parte más profunda de mi mente, la que oculté por tantos años.

Estrecho a Marina para que estemos más cerca. Mis lágrimas son muy calientes, y me lastiman.

Estos días fueron hermosos, pero no puedo volver.

Respiro y amo. Estoy despierto.

Así persiste el océanoWhere stories live. Discover now