Así persiste el océano

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Estoy en la cubierta de un yate que se maneja solo. Va muy lento, estoy en medio del mar. El sonido del agua me relaja, y mis párpados pesan. ¿Qué pasaría si me duermo aquí? ¿Tendría un sueño dentro de otro sueño, o mi mente estaría totalmente en blanco hasta despertar en el mundo real?

Pestañeo varias veces, no quiero perderme ni un solo segundo de estar aquí. La sangre humana escurre por mi barbilla, pero no le presto atención. Ya no me hace mal, ya no me impide moverme con la ligereza habitual. Acepté la carne con la misma naturalidad que Marina, y desde entonces, ella nada más rápido y tiene más energía. No he tenido ningún otro malestar, eso quiere decir que le está yendo muy bien.

El mar es cristalino. Tanto, que puedo ver a todas las criaturas marinas sin ninguna dificultad. Está ausente la espuma y el olor salado, es como si estuviera en una piscina infinita. Sacudo la cabeza al percatarme de que estoy cabeceando. La semana pasada fue muy dura en el trabajo, creo que es por eso que este mundo está desprovisto de su belleza, de esos detalles que tanto me gustan. Estoy cansado y debería limitarme a dormir, no a soñar. Creo que me he vuelto adicto a los sueños. Tal vez porque una pequeña parte de mí sigue esperando el momento en el que Marina regrese.

Me gusta mi nueva vida, estoy orgulloso de ella. Aprecio a todos los cocineros, a Fernando y a Sofía, mas no me sentiré completo hasta volver a ver a Marina. Nuestra conexión es indestructible y eterna, pero mi cuerpo pide su presencia aquí y ahora.

«¿Cómo te ha ido, Marina? Has de tener muchas cosas que contarme»

El yate avanza un poco más rápido, sonrío al empezar a percibir el olor a sal. Toco mi barbilla y mi cuello. Ya no hay sangre.

«Yo también tengo cosas que contarte: mi trabajo es maravilloso. Ahora soy querido y respetado por muchas personas...»

Escucho una voz femenina cantar a lo lejos, el yate la sigue.

«Ya no paso desapercibido, ni siento que mi vida no vale la pena ser vivida»

La veo a lo lejos, está sentada en una roca: canta mientras se pasa un peine de plata por el largo cabello negro, y mueve su aleta. Trae puesto su collar de perlas y las conchas en los pechos. Sonríe al verme, y mis ojos se llenan de lágrimas. Es Marina, no tengo dudas. Esta dicha es distinta a todas, solo la siento cuando ella está cerca.

Abro la boca e intento hablar, pero no puedo. Aún no es tiempo, todavía no podemos hablarnos a distancia, mas por lo menos podemos vernos, y con eso me basta.

Oh, Marina.

Se lleva las manos al pecho sin dejar de cantar. Su voz dulce me envuelve, no puedo apartar mis ojos de ella. Ese cabello negro, esos ojos grandes. Quiero tocar una vez más esa figura tan delicada, quiero volver a mi estado más humano al tenerla cerca de mí. He esperado tanto por esto, creo que me voy a volver loco. Tenía que dejarla ir, era muy necesario. La distancia nos hizo encontrarnos a nosotros mismos, y amarnos con más fuerza.

Marina termina su canción, sigue viéndome fijamente. Baja de la roca y hasta entonces me doy cuenta de que el mar ha vuelto a la normalidad. De un salto me reúno con ella y la dejo tomar mis brazos y arrastrarme al fondo. Su cabello me hace cosquillas en el rostro, el contacto con su piel gruesa y suave es suficiente para sentir que exploto por dentro.

Dejamos de nadar. Ella me abraza y me besa, y yo correspondo ansioso, con miedo a despertar en cualquier momento. La naturaleza no hizo que nuestros cuerpos encajen, pero la mente es otra cosa. Hemos alcanzado un nivel que ninguna pareja de sirenas o humanos podrá jamás. Ella no es la Marina de la que me despedí aquella madrugada, pero aún conserva todos los rasgos que me fascinan. Tiene tanto de mí como yo de ella, así que a mi lado jamás podrá comportarse como una bestia.

Mis manos recorren su cuerpo, mi interior está ardiendo. Me pierdo en esa piel, y esa lengua rasposa. Es tal y como la primera vez.

«Me gustaría poder hablar contigo, decirte lo mucho que te he echado de menos»

Callo mis pensamientos y sigo besándola, dejo que mi cuerpo hable por mí.