29

995 141 43
                                    

Hace poco más de tres meses Etienne Brasme abrió un pequeño restaurante en el pueblo. Tiene restaurantes a lo largo de todo el país, y son enormes y muy lujosos. Recuerdo que en una de sus clases nos contó que pasó gran parte de su juventud aquí, y que anhelaba poner un restaurante. Quizá tanto éxito le hizo olvidar el inicio de sus sueños, me alegro de saber que lo ha cumplido luego de tanto tiempo.

Aunque es un lugar modesto, posee elegancia. Sobre todo a esta hora, las nueve de la mañana, cuando no está infestado de turistas. Etienne va a pasar una breve temporada aquí, y he venido a entrevistarlo para UNIKA. Por lo regular Montero deja misiones tan importantes a su sobrino, pero me la encomendó a mí después de que le comenté que fui alumno del chef cuando estudiaba en la capital. En otras circunstancias esto hubiera sido irrelevante para él, pero ahora que poseo un poco de encanto gracias a Marina, Montero es mucho más espléndido conmigo.

Si no tuviera esta tarea lo más probable es que no fuera a visitar a Brasme. Lo aprecio mucho, pero sé que nuestras conversaciones se limitarán a recordar mis casi nulas participaciones en clase y lo trágica que fue la pérdida de Iñaki. Al menos ahora, con la libreta llena de preguntas que tengo sobre la mesa, tendré una excusa para no ahondar en esos temas. Preparo la grabadora de voz en lo que espero a que salga de la cocina. Escucho su voz grave y tranquila diciendo algo a sus empleados.

Suspiro.

Brasme es lo que yo aspiraba a ser.

No un millonario con mucho prestigio en el ámbito culinario, sino simplemente la cabeza en una cocina. Ahora vuelvo a imaginar eso y no siento nada.

Brasme sale de la cocina, se dirige a mi mesa y me abraza.

—¡Qué bueno volver a verte, Sandoval! —exclama, estrechándome un poco.

—Lo mismo digo, chef.

Toma asiento frente a mí, y se ríe cuando me ve abrir la libreta.

—Oye, ¿Tienes otra cosa qué hacer después de esto? —me pregunta.

—No realmente.

—Entonces deja eso para más tarde.

Me quita la libreta con una sonrisa y la vuelve a dejar sobre la mesa.

—¿Cómo te ha ido? ¿Qué me cuentas? —me cuestiona—. Así que ahora haces periodismo, ¿eh? muy interesante...

—Sí, trabajo en UNIKA desde hace tiempo.

—Bien por ti, es una revista muy prestigiosa.

—No realmente, solo es muy vendida entre cuarentonas que se sienten refinadas. Me gusta el trabajo, no es muy demandante. Creo que tuve suerte.

—Hoy en día es muy difícil obtener un puesto ahí, muchos de mis ex alumnos lo intentaron. No te restes méritos. ¿Y qué más? ¿Esposa, hijos?

—No, vivo solo. No salgo con nadie por el momento.

—Siempre has sido muy reservado, veo que en eso sigues igual. Físicamente sí has cambiado, ahora te ves más... umm... más despierto. En mis clases terminabas roncando y aún así seguías luciendo como un no-muerto—señala sus propias ojeras—. No participabas mucho, pero cuando lo hacías te salía bien. Vi mucho potencial en ti, en todo el trío de hecho: Sandoval, Vitela y Prego. Eran inseparables. ¿Cómo le ha ido a Vitela? ¿Aún tienes contacto con ella?

—Sí, seguimos siendo amigos. Actualmente trabaja como chef personal de Ingrid Avellaneda.

—¿Esa pseudo actriz llena de bótox?

—Sí, esa. Le va bien, dice que es buena jefa. Va a casarse pronto, está muy entusiasmada.

—¿En serio? Me alegra saber que les va tan bien, yo sabía que a este trío le depararían cosas buenas.

Su sonrisa se desvanece poco a poco. Sé exactamente lo que dirá a continuación.

—Y... en cuanto a Prego —baja la mirada—. Lamento mucho su pérdida, era un estudiante muy preciado para mí.

Sí, justo lo que esperaba.

—Marla y yo aún estamos lidiando con eso, fue algo muy impactante. Usted seguramente lo vio por televisión: era muy seguro de sí mismo, carismático, amado por todos, lleno de vida...

Los siguientes quince minutos transcurren se me hacen eternos; Brasme me escucha con total atención cuando rememoro los mejores momentos que pasé con Iñaki dando énfasis en sus cualidades. El chef asiente mirándome con pena, nos quedamos en silencio cuando termino. Brasme da vueltas a su anillo de casado, seguramente buscando otro tema del cual hablar.

—Tengo una propuesta para ti —dice.

—¿De qué se trata?

—Por la forma en la que te desenvuelves ahora, me queda claro que ya no eres el chico tímido de hace diez años. Y reitero: eres muy talentoso. El chef que tengo aquí hace muy buen trabajo, pero me gustaría alguien más para llevar la batuta. ¿Estarías interesado? ¿Qué tan lejos queda el restaurante de tu casa?

—Una hora y media. No es mucho.

—¿Entonces podrías considerarlo? No tienes que responderme ahora, te doy una semana, ¿te parece bien?

Él dijo: ya no soy el de antes. Me siento capaz de todo; podría llevar el liderazgo compartido sin ningún problema y no descuidaría mi trabajo en la revista. Esta es la oportunidad por la que moría en mis años de recién graduado. Y ya no la necesito. Ahora mi prioridad es Marina, no quiero descuidarla.

Miro al chef a los ojos, no ha cambiado mucho físicamente. Me invade un pinchazo de nostalgia. Sería muy grosero decirle que no tan rápido, además así tengo una buena excusa para volver a visitarlo antes de que vuelva a la capital.

—Lo pensaré.

—¡Muy bien! Sé que terminarás aceptando, no te vas a arrepentir. Ahora sí —me entrega la libreta—. Vengan esas preguntas trilladas.

Me hace reír. Al poco rato un cocinero trae vino y unos canapés. El resto del encuentro es mucho más ameno, Brasme tiene un gran sentido del humor. Aunque las preguntas son genéricas, sus respuestas son ingeniosas y dan vida a la entrevista. Salgo muy contento del restaurante, y en el camino de regreso a casa pienso en Marina, en lo contenta que se pondrá cuando le cuente esto.

Siento un fuerte dolor de cabeza, me froto las sienes, esto es muy repentino. Aumenta progresivamente, y yo trato de concentrarme en seguir manejando.

«Marina, ¿estás bien?», pienso. Esto solo me pasó cuando la tuve por primera vez en casa.

¿La estará pasando mal? ¿Se la habrán llevado? Las lágrimas no tardan en brotar de mis ojos. Estiro el brazo y tomo el móvil del asiento del copiloto. La llamo.

—Marina, ¿cómo estás?

Solo escucho sus sollozos. Cierto, ella no puede articular palabras. Su voz externa solo le sirve para cantar. Desearía estar cerca de ella, poder saber con claridad qué está ocurriendo. Escucho el sonido del agua, sigue en la bañera. No le han quitado el móvil así que debe seguir en casa. Eso me calma, pero no demasiado.

—Tranquila, no llores, llegaré lo más rápido que pueda, ¿de acuerdo?

Intento no sonar desesperado. Ella me responde con un leve "mjú" . Escucho que la puerta se abre, y Marina cuelga.

Tengo el corazón encogido. Si le ha pasado algo juro que mataré al responsable, lo mataré de la peor manera. Ella es mi todo, le prometí que nadie nunca le haría daño otra vez. Por favor, Dios, pocas veces te pido algo. Cuida de Marina, sabes que es muy importante para mí.

Trato de controlar el temblor de mis manos y mi llanto. El dolor se extiende a todo mi cuerpo. El resto del camino parece interminable.

Por fin llego a casa.

El auto de Gloria, mi hermana, se encuentra estacionado en mi cochera.

Así persiste el océanoWhere stories live. Discover now