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Pasé gran parte de la tarde en la biblioteca, leyendo todos los libros sobre sirenas que encontré. Había uno de cuentos, y en una de ellos la sirena protagonista se llamaba Marina. Al final de la historia se sacrificaba por su ama luego de que ambas terminaran perdidas en una isla desierta, y sin provisiones. La sirena pudo irse al mar y dejarla a su suerte, pero prefirió dejar que su dueña la devorara. Creo que, de estar en una situación parecida, la sirena que tengo en el baño haría lo mismo por mí.

La llamaré Marina.

En mis horas de estudio aprendí ciertas cosas, como que las sirenas sí duermen (solo necesitan 4 horas diarias) y que se reproducen como los peces, pero sienten placer sexual como los humanos. Cuando se aparean se abrazan, acarician y besan. Tanto los machos como las hembras tienen la apariencia de mujeres humanas de la cintura para arriba y sus voces son dulces y agudas cuando cantan. El género se puede saber por los colores de sus colas; las sirenas macho poseen aletas más vistosas en colores verde o azul, y las hembras plateado o cobrizo.

Marina es hembra. Aunque si fuera macho, igual le hubiera puesto un nombre femenino.

Antes de ponerme a investigar moví el televisor de la sala al baño para mantener a la sirena entretenida. Metí el control remoto a una bolsa de plástico resellable y le enseñé a usarlo. Aprendió muy rápido.

Regreso al baño y encuentro a la sirena de lo más tranquila, viendo un documental sobre dinosaurios. Está muy concentrada, así que decido esperar a que entren los comerciales para hablarle.

—Te voy a llamar Marina —le digo, y ella sonríe.

—No creí que me pondrías un nombre. ¿Y Cuál es el tuyo?

Oh, cierto, olvidé ese detalle.

—Gustavo.

Aún no me acostumbro a oír su voz pero no ver sus labios moverse. Es como esos niños con dones sobrenaturales en las películas de terror.

Marina se estremece al ver en la televisión un comercial de Iñaki promocionando una salsa de soya. Rápidamente apaga el televisor y me abraza con más fuerza de lo habitual. Está temblando. Veo el control remoto flotando en el agua. Intento moverme, pero no puedo.

—¿Qué pasa? —pregunto—¿Los colores muy vivos te... alteran?

—No.

—¿Entonces cuál es el problema?

—Ese hombre.

Abro los ojos a toda su expresión. Pobre Marina. La voz de Iñaki se manifiesta en mi mente: La escogí para ti, es de la más alta calidad.

Qué asco me da.

—No vas a volver a pasar por eso —le digo a Marina, y ella afloja los brazos lo suficiente como para que yo pueda rodearla con los míos. Está muy fría. Le paso una mano por el cabello esperando que eso la calme. Parece funcionar. Marina me transmite su sosiego, pero esta vez no solo lo siento en la cabeza, sino en todo el cuerpo.

—Gracias, Gustavo.

Poco a poco mis extremidades se relajan y mi mente vibra, entro como en un trance. Marina me suelta y yo me desvisto, y entró a la tina con ella. Sus escamas no son tan gruesas, no me lastima tenerla sentada a mi derecha. El olor salado se impregna en mi piel, aflojo el cuerpo mientras siento la lengua rasposa de la sirena en el cuello, luego en las clavículas.

Yo no soy un degenerado como Iñaki, pero no puedo moverme, no tengo control de mí mismo Y aun así me siento bien. Sonrío levemente. El cabello de Marina me hace cosquillas cuando se acerca a lamerme la mejilla.

—No... —musito, a pesar de que siento placer—. No tienes que hacer esto...

Pero Marina no se detiene. Sabe que en el fondo lo quiero.

¿Esto es lo que sienten todos esos hijos de puta que abusan de las sirenas? Me da repelús admitirlo, pero creo que comienzo a entenderlos. No los justifico, pues no hay necesidad de forzarlas a hacerlo. Solo es necesario tratarlas bien, que te tomen cariño. Los colores del baño se hacen más vivos, cambian poco a poco a los del arcoiris: las paredes se mueven, y hay espirales en el techo. Un libido intenso me hierve las entrañas, siento cosquillas en el estómago y en la entrepierna. Estoy tan indefenso ahora. Si Marina quisiera podría matarme, comerme entero. Pero no, solo quiere darme las gracias. Y su forma de hacerlo es embriagándome con su piel suave y helada, guiando mi mano a su piel suave y fría.

Oh, Marina, me siento tan vivo.

Todo está distorsionado menos ella, la veo tan nítida como siempre. Estoy ardiendo, nunca había tenido el cuerpo tan caliente. ¿Cómo es eso posible?

Ella ronronea, me mira a los ojos. No hay nada animal en ella ahora, su mirada es la de una mujer dominante, segura de sí misma.

"Soy tu perdición", parece decirme.

—Déjame quedarme contigo, Gustavo —me pide.

Este deleite es demasiado, no puedo soportarlo. Mi carne y mi espíritu no están acostumbrados a esto.

Marina acerca sus labios a los míos y me percato de que este bienestar ha superado al que experimenté hace una década, cuando comí un trozo de sirena.

Así persiste el océanoWhere stories live. Discover now