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Entro a mi casa con el corazón encogido.

Veo a Gloria y a Marla en la sala de estar, sentadas en el sofá. Marla tiene una tirita en una mejilla, y me mira con odio. Mi hermana, por su parte, luce muy triste, como si hubiera muerto su esposo o su hija.

—Me arañó —me espeta Marla—. ¡La sirena me arañó! Gustavo, por Dios, ¿tú también? No solo Iñaki, ¡tú también!

Corro directamente al baño. El dolor en mi cuerpo desaparece casi por completo cuando Marina me ve. Gracias a Dios no tiene ni un rasguño. Me arrodillo junto a la bañera y la abrazo, sollozando contra su hombro.

—Se me acercó demasiado, creí que me haría daño —dice ella, lacrimosa—. No debí hacerle nada. Después intenté lamer su mejilla para curarla pero gritó y se fue.

—Está bien, yo te entiendo—musito, acariciando su cabello mojado—. Marla está bien, solo fue una herida pequeña. Ya estoy aquí, Marina, ya estoy aquí...

Escucho la voz de Marla detrás de mí:

—No sabía que hablabas solo —dice.

—Solo yo puedo oírla —respondo sin voltear a verla y sin soltar a Marina.

—Estás enfermo. En Iñaki era de esperarse por la fama y la presión que tenía, ¿pero tú? ¿Tú por qué? ¿Tan mierda es tu vida?

Su voz se quiebra, Quiero que se vaya, que desaparezca.

—¡Me das asco! —exclama—. ¡Tú también abusas de ellas! ¿No te da vergüenza?

—Tú no abusas de mí—dice Marina.

—Sí, pero eso es algo que ella no entiende. Nunca podrá.

Marla sigue gritándome, escucho su voz como en segundo plano. Al poco rato aparece mi hermana, quien se acerca a mí.

—Gus... —dice.

—Siempre me avisan cuando vienen, ¿por qué no lo hicieron?

—Tenemos que hablar.

—Váyanse.

—Estamos preocupadas por ti.

Volteo a verla. Nunca dejo de sorprenderme por su parecido con nuestra madre. Ella mantiene contacto visual con Marina, y le acaricia la cabeza.

—¿Cómo se llama?

—Marina —respondo.

—¿Lleva mucho tiempo viviendo aquí?

—Nueve meses.

—Es muy hermosa... —se inclina un poco para verla con detenimiento—. Hola, yo soy Gloria.

Marina sonríe con timidez, toma su mano y la saluda tal y como ha visto en las películas.

—Deberías hablar con ellas —me dice.

La miro.

—¿Tú crees que es buena idea?

Marina asiente.

—Podrías convencerlas de que me dejen seguir aquí.

Aprieto los labios. ¿Qué más puedo hacer?

Gloria, Marla y yo regresamos al primer piso y nos sentamos en el comedor. Marla ya está más tranquila, pero aún hay repulsión en su mirada.

—Quería que fuéramos los tres a ver el salón que elegí para la boda, estaba tan emocionada que olvidé llamarte antes de que viniéramos a tu casa—dice—. Llegamos y escuchamos la televisión en el baño y... La sirena...

Así persiste el océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora