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—¿Cuánto falta para que estén listos? —me pregunta Marina viendo fascinada los filetes de tilapia en la sartén con aceite hirviendo.

—Paciencia, no tardará —contesto, sonriéndole. Ella sigue contemplando los filetes como si fueran la cosa más genial del mundo. Con esa expresión en su rostro, su vestido a cuadros rojos y blancos y el broche en forma de cerezas que tiene en el pelo, no puedo evitar pensar en la Lolita de Nabokov. Me ha dicho una que otra vez que quiere perforarse las orejas como las mujeres que ve en televisión, pero yo no estoy seguro de hacerlo. Me da miedo lastimarla.

De fondo hay música charleston, totalmente distinta al jazz moderno que solía poner antes de que Marina viviera aquí. Han pasado cuatro meses desde que llegó, todavía no puedo creerlo.

Los filetes están listos. Tomo a Marina en brazos y la siento en la mesa, se le ve emocionada. Sirvo la comida y la veo tomar los cubiertos con gracia. Aprendió muy rápido. Y pensar que hace unos años yo, al igual que el resto de los humanos, veía a las sirenas como animales. Son muchísimo más listas que nosotros.

—¿Te gustaría que te fotografíe? —le pregunto de pronto.

—¿Eh?

—Fotografiarte, o sea tener imágenes tuyas en un álbum.

—¿Como las de tu familia?

—Sí.

Marina sonríe y come otro bocado. La tilapia frita le encanta.

—¿Y bien? —digo, aunque ya sé la respuesta.

—¿Y yo podría fotografiarte a ti?—pregunta.

Siento el rostro caliente. Eso no me lo esperaba.

—Eh... sí, si quieres.

—Quiero que te vistas muy elegante cuando te fotografíe.

Claro, Marina, solo quiero complacerte.

Hace poco compré el esmoquin que usaré en la boda de Marla, me vería bien en las fotos con él. Cada día luzco más saludable, gracias a eso las hostess y los meseros son más amables conmigo cuando voy a los restaurantes. Bueno, están obligados a serlo, pero uno se da cuenta cuando su cortesía es genuina o no.

Este cambio se lo debo a Marina.

—Gustavo —dice ella, haciendo a un lado su plato vacío.

—¿Sí?

—Gracias por... todo esto.

Desvía la mirada.

—Es un placer —contesto. Y hablo muy en serio.

Me pongo de pie, voy hacia ella y la abrazo. Vamos a besarnos, pero mi móvil suena. Ha de ser Iñaki, no lo veo desde hace poco más de un mes. Probablemente está en un lío; sospecho que por eso salió tan repentinamente de la fiesta de Carlos y Marla. Siempre es lo mismo: encuentros casuales, mujeres embarazadas, abortos, o si es demasiado tarde, hijos ilegítimos. Iñaki siempre compra el silencio.

Ninguna de esas criaturas ha despertado su lado paternal. Es obvio que no nació para ser padre, es demasiado libertino. Antes solía envidiarle un poco eso.

Contesto. Es Marla.

—Gus —dice ella—. ¿Ya te llamó Iñaki?

—Sí, hace un día. Nos vamos a encontrar en el café Príncipe a las cinco.

—¡Qué alivio! Yo lo he llamado muchas veces y solo me contesta el ama de llaves. ¿Cómo se oía? ¿Sonaba triste o preocupado?

—Sonaba bien.

—¿Seguro?

—Sí, ya sabes que a veces se mete en problemas con sus amantes pero sale bien librado.

Marla suspira, de seguro está sonriendo.

—Sí, tienes razón. Cada que sale de un embrollo te invita a tomar café o una cerveza para celebrar.

A las perras se les alimenta con billetes de quinientos—digo, imitando la voz de Iñaki. Marla ríe.

—También quería decirte otra cosa.

—¿Sí?

—¿Puedo visitarte el sábado?

—No. Pero podemos ir a comer a algún lado el domingo.

Marina frunce el ceño, yo sonrío y le acaricio el cabello.

—Es la quinta vez que te niegas a recibirme en tu casa, ¿hay algo que debas decirme?

—No.

—¿Entonces por qué no puedo visitarte?

—Porque no me apetece. Siempre he sido sincero contigo.

Ella guarda silencio un momento. No miento, no dije eso solo porque ahora Marina está aquí. En serio no tengo ganas de recibir a Marla.

—¿Estás viendo a alguien, verdad?

—¿Qué?

—Sí, ha de ser eso. Gloria me dijo que una vez compraste un vestido que supuestamente era para mi.

Suena dolida. Intenta ocultarlo, pero no puede.

—No te estoy diciendo que no quiero verte, solo no en mi casa —digo.

No estoy de humor para su drama.

—Gus...¿Estás viendo a alguien?

—Marla, ya déjalo. ¿Cuántas veces debo repetirlo?

—Lo sé, pero...

—Que esté viendo a alguien o no, no cambia nada entre nosotros. Piensa en Carlos y déjame en paz.

Marla no contesta.

—Si quieres que salgamos el domingo, dime mañana —digo, y cuelgo. Intento relajarme, no quiero transmitirle mis emociones negativas a Marina.

—Tu amiga te quiere —dice ella, muy seria.

—Sí.

—¿Y tú?

—La quiero como amiga.

—¿Y a ella no le gusta eso?

—No.

—De seguro quiere besarte.

—Probablemente, pero yo a ella no —dejo el móvil sobre la mesa y le acaricio los labios con mi pulgar—. Solo quiero besarte a ti.

Ella se mete el dedo a su boca y me ve a los ojos. Yo me estremezco.

Me gustaría, pero no puedo ahora. Debo encontrarme con Iñaki en un rato.

Así persiste el océanoHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin