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En su momento no lamenté la muerte de mi anonimato, creo que ahora sí lo haré. Me disgusta que se me trate con mano de seda cuando voy a un restaurante.

Solo vengo a hacer mi trabajo. Sírvanme la comida y ya está.

Ahora venir a comer para hacer las reseñas es más llevadero cuando invito a alguien. Pensé en Gloria, pero me dijo que pasaría el fin de semana con sus suegros. Mi segunda opción era Fernando, quien también tiene cosas que hacer. Ahora comparto mesa con mi última opción, Sofía Hong, una de las cocineras que están bajo mi cargo en el restaurante de Brasme. Ella mira con asombro infantil el restaurante, me dijo que nunca había estado en un lugar así antes. Yo hablo poco y me concentro en comer. Me relaja la música jazz de fondo.

Sofía es de madre china, tiene el cabello corto, lacio y oscuro, así como los ojos rasgados. Son color avellana y sus pestañas son largas, lo que le da un aire a un hada del bosque. El año que viene se mudará a Madrid para estudiar gastronomía.

—Gracias —me dice.

—¿Por qué?

—Por invitarme a este restaurante tan lindo y por ordenar por mí. Habían demasiadas opciones en el menú y no tenía ni idea. La comida italiana es muy compleja... —mira su platillo, es un sencillo risotto de pollo y champiñones—. Y muy elegante también.

Veo sus manos, se ha pintado las uñas. Trae puesto un vestido rojo de seda y su maquillaje está impecable. De seguro estuvo horas arreglándose antes de que pasara a recogerla. Intenta aparentar que está tranquila, pero su voz y lenguaje corporal la traicionan. Por lo regular ella no es así. En la cocina me recuerda a Marla: es obediente, perfeccionista y aprende muy rápido. Ella está en la zona de pastelería junto con otras dos cocineras, Yaiza y Alicia. Debí traer a Yaiza, ella es más relajada. Tal vez Sofía está actuando así porque me tiene más cerca de que costumbre. Mi encanto ha de ser más intenso.

Sofía, sin verme a los ojos, me narra aquellos viajes a Shanghái junto a su madre cuando era adolescente. Por como describe la ciudad, pareciera que es como el Nueva York de China. Al principio va bien, pero luego habla muy rápido y pierdo el hilo. Decido fingir que le presto atención, y enfocarme en hacer lo que tanto me gusta cada vez que voy a un restaurante: fantasear. Esbozo una leve sonrisa cuando el lugar se llena de agua y veo el cabello de Sofía flotar como si fueran algas. Su frente es enorme, con razón tiene flequillo. Espero que Marina aparezca nadando por ahí para deleitarme, pero eso no pasa. En su lugar veo a su pareja, la sirena rubia de mirada fría. Ella se desplaza lentamente viendo a todos con desdén. Un par de estrellas de mar le cubren los pechos. Es hermosa y arrogante. Se acerca a mí, la tengo a mi derecha. Sofía sigue hablando con los codos sobre la mesa y sus manos entrelazadas sosteniendo su mentón.

«Hola de nuevo» pienso «¿qué tal?

La sirena sonríe, algo que no esperé que hiciera. Debería ponerle un nombre también, tal vez con eso seamos más amigos. Ambos queremos a Marina, creo que eso debería unirnos.

«¿Qué te parece Lirio?»

Así se llama la princesa elfo de aquella novela de Blythe Morgan que leí la semana pasada. Ambas tienen el cabello dorado y los ojos pequeños, creo que sí le queda. Lirio posa su mano en una de mis mejillas, saca sus garras negras. No puede dañarme aquí, pero aún así siento un escalofrío.

«¿Cómo está Marina?»

Lirio me acaricia el cuello; el roce del filo de sus garras me produce cierto placer. Un hormigueo agradable se extiende de mi entrepierna a mis muslos cuando me lame la mejilla. Yo vivo y siento todo, no me es difícil deducir qué están haciendo Marina y Lirio ahora. Me muerdo los labios temblorosos, trato de respirar con tranquilidad. Este no es un buen momento para ser arrastrado al paraíso. No en un lugar público, no frente a Sofía.

—¿Se encuentra bien, señor Sandoval? —me pregunta.

—Sí, solo tengo una leve migraña —me froto el entrecejo—. Pasa de vez en cuando.

Bebo un poco de vino. El deseo me quema por dentro.

Los cuerpos de Marina y Lirio están hechos para encajar, era de esperarse que el ardor fuera tan intenso. Dentro de mi cabeza empiezan una serie de imágenes rápidas, una tras otra, como diapositivas.

Marina con los ojos apretados. Lirio abrazándola fuerte. Colas entrelazadas.

Ellas son mitad humanas, pero su cópula es animal. Es rápida, dura y abrasadora. Me concentro de nuevo en Sofía. El agua se evapora, y Lirio desaparece. Mi corazón late muy fuerte, siento que va a estallar. Paso el resto de la velada sin despegar los ojos de mi interlocutora, esforzándome en no pensar en Marina ni en lo que ocurrió hace rato.

De camino al departamento de Sofía me encuentro mejor. Ella ha permanecido callada, tal vez cree que habló de más mientras comíamos. Me estaciono justo en frente y me despido de ella con un apretón de manos.

—¿No quiere pasar? —me pregunta.

—No, gracias.

—¿Seguro?

Se acerca a mí. La sonrisa seductora no cuadra en ese rostro de niña.

—Lo vi muy agitado durante el postre —me susurra—. Y desprendió un olor que...me gustó mucho.

—Hong, por favor —suspiro.

De nuevo esas imágenes me inundan la mente. ¿En verdad eres así, Sofía, o esto tiene que ver con mi hechizo?

Lo que sigue es nebuloso para mí: entro casi corriendo al departamento de Sofía, estamos tomados de la mano. La beso con ansias apenas llegamos a la sala. Mi visión de lo que pasa es interrumpida constantemente por imágenes de Lirio y Marina entrelazadas. Recibo el deleite de Marina, y le regreso el que estoy creando.

Sofía y Lirio se reducen a portales, a meros instrumentos. En este momento nos amamos Marina y yo. 

Así persiste el océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora