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Esta sopa pho de ternera es insípida, no me gusta. Las verduras no están bien hervidas y siento los fideos duros. ¿En serio debo darle cinco estrellas? Si continúo favoreciendo a los amigos de Montero voy a terminar perdiendo credibilidad. Bueno, eso no importa, a fin de cuentas toda esta mierda irá al seudónimo. Al menos el lugar es bonito y te atienden rápido.

Veo una de las paredes frente a mi mesa; hay una enorme pintura de una sirena rubia cantando junto a unos peces payaso. No puedo evitar sonreír, ni empezar a soñar despierto. Todo el restaurante se llena de agua, pero nadie flota ni se ahoga. Marina reemplaza a esa sirena y escapa de la pintura, nadando sobre las mesas y maravillando a todos. Se acerca a mí, y sus labios helados tocan los míos. Hace tan solo cuatro horas que no la he tenido cerca y muero de ansias.

Con esta espectacular imagen en mente, termino el horrible platillo. Antes de ir a casa voy a la tienda de discos que hay en esta plaza, a poca distancia del restaurante. Leí que la música de piano les gusta a las sirenas y las calma. Ahora no estoy tan seguro de llevarla al océano después de tan buena experiencia hace dos días, además Marina ha dejado en claro que le aterra ir al mar. Cuido bien de ella y le gusta mi casa, así que no veo cual es la prisa.

Hago fila para pagar el álbum que elegí, es de una pianista rusa. Tal vez Marina se anime a cantar con esto, tengo curiosidad por oír su voz. En estos momentos debe seguir asombrada viendo el canal de videos musicales, hay un maratón dedicado a estrellas pop femeninas. Quiero que vea a muchas mujeres, estoy seguro de que en su vida ha conocido pocas.

De camino a casa pienso en cómo describir la sopa. Tengo que llenar un mínimo de cuatro páginas. Se me dificulta mucho hacerlo cuando tengo que mentir, pero al final siempre termino redactando el texto después de una o dos copas de vino tinto. Sufro de un leve alcoholismo desde hace unos doce años, pero creo que mientras no afecte mi trabajo y mi poca vida social está bien.

No hay mucho tráfico, por lo que llego a casa más pronto de lo habitual. Marina tiene los ojos fijos en la televisión, y está sonriendo. Le acaricio la cabeza.

—¿Cómo te la pasaste? —le pregunto.

—Muy bien, todo lo que vi fue muy bonito. Las chicas cantaban y bailaban, y sus caras estaban llenas de colores. Algunas tenían el pelo más corto que el mío.

—Sí, hay mucha variedad de estilos en las humanas, se cortan y colorean el pelo y también la cara.

—¿Y por qué?

Me siento en el suelo. Poso mis brazos en el borde de la bañera.

—Lo hacen para verse mejor.

—¿En serio?

—Sí —acomodo un mechón de cabello detrás de una oreja de Marina—. No todas tienen pestañas tan largas como tú, ni los labios así de rosas, tampoco cejas definidas.

—¿Por eso los hombres me tratan así? ¿Porque tengo estas cosas?

Aprieto los labios.

—Eres más hermosa que cualquiera de las mujeres que viste en la televisión —le digo, sorprendido por la sinceridad de mis palabras—. Los demás hombres saben eso y aun así te trataban como un animal, ni siquiera te cuidaban por lo bella que eres. Y yo...yo incluso iba a comerte.

—Pero no lo hiciste. Y ahora me tienes aquí, contigo. Soy tu amiga, ¿verdad?

Hace ya bastante tiempo que no siento ternura, creo que mi rostro ha enrojecido. Abrazo a Marina. Claro que es mi amiga, creo que un poco más que eso.

La siguiente media hora Marina me cuenta con detalle todo lo que vio en televisión. Tiene una memoria increíble, hasta me describe con detalle el extravagante diseño que tenía una cantante en sus uñas postizas.

—Yo también tengo algo parecido, pero sin colores claros —dice Marina mostrándome una de sus manos. Veo unas uñas afiladas surgir de las puntas de sus dedos.

Tomo su mano, sorprendido, y toco las uñas. Son totalmente negras. Ella vuelve a esconderlas.

«Así que con ellas matan a sus presas» pienso.

Me pongo de pie.

—Debo cambiarte el agua —digo—. Voy a ir por una silla para ti.

Me dirijo a la cocina, elijo la silla del comedor y la llevo al baño. Tomo a Marina en brazos y la siento.

Ella ve el agua de la bañera irse por el desagüe. Sonríe cuando le digo que termina en el mar.

Regreso a Marina a la bañera y la lleno de agua. Después voy por el trapeador para secar el suelo que ella dejó mojado.

—¿No te molesta? —me pregunta ella, jugando con la ducha de mano.

—¿A qué te refieres?

—A cuidarme. Darme de comer, cambiar mi agua, ver que esté bien...

—No, para nada. Ya había hecho esto con mi madre.

Dejo de hablar. Lo he dicho sin pensar, hacía años que no tocaba el tema.

—¿Con tu madre?

—Sí. Cuidé de ella por tres años cuando... cuando no podía caminar —miro a Marina, luce confundida—. Si un humano es herido en las piernas y esta herida es muy grave, ya no las puede mover. Tiene que usar una silla con ruedas.

—¿Ruedas como los autos?

—Sí, pero más pequeñas y delgadas. Mi madre se hirió en las piernas y como ella las necesitaba para divertirse, se puso muy triste y tuve que estar mucho tiempo con ella alentándola para que comiera y se bañara.

No quiero entrar en detalles con el accidente de coche ni hablarle de depresión y suicidio. Hay cosas que Marina no entiende.

—¿Qué hacía tu madre para divertirse?

—Bailar, ya sabes, mover el cuerpo con gracia. Ponía sus pies en puntas, luego puedo mostrarte algunas imágenes, tengo un libro con ellas.

La sirena me sonríe.

—¡Me encantaría ver!

Así persiste el océanoWhere stories live. Discover now