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Esta noche Marina no me transporta a la hermosa playa de siempre, ni al fondo del océano, ni al salón victoriano o algún otro sitio sacado de una película romántica o videoclip musical.

Nos encontramos dentro de una pecera junto a dos hermanas de Marina. No es muy grande, así que no nos podemos mover mucho. Frente a nosotros, sentada en una silla, nos da la espalda una mujer quien mira la televisión. Este lugar tiene paredes verdes, y no hay ninguna ventana. A nuestra derecha hay otra pecera con seis sirenas, dos de ellas están calvas. La mujer consulta su reloj de pulsera, luego sale del lugar y regresa con una bolsa llena de pescado, la cual reparte en las peceras.

—Aquí estamos las de mayor edad —me explica Marina—. Hay otra habitación donde solo hay huevos. Somos vendidas en cuanto terminamos de desarrollarnos, por lo que duramos muy poco en esta habitación.

—¿Y tu madre?

—Nunca la conocí. Pero sé que ellas son mis hermanas porque tenemos la cara parecida. La mujer que nos da el pescado es Lucrecia, se encargaba de cuidarnos y limpiar la pecera. También nos arreglaba el cabello cuando somos alquiladas.

—¿Alquiladas?

—Sí, algunos solo nos quieren por un rato.

No hay ninguna inflexión en su voz. Me cuenta todo como si fuera algo que vio en televisión. Al poco rato entra el viejo que me entregó a Marina; tiene a otra de sus hermanas en brazos. Está totalmente sedada, y calva como las de la otra pecera.

—Se llama Daniel —dice Marina viéndolo—. Le quitó el cabello. A las mujeres les encanta usar cabello de sirena. Nos crece muy rápido, así que es un buen negocio.

La sirena sin cabello es devuelta a la pecera donde estamos. Queda flotando en medio, inerte.

—¿A qué horas vendrá el señor Prego? —pregunta Lucrecia a Daniel.

—En unos treinta minutos, pagó por adelantado. Esta semana va a llegar otra caja de huevos, pero de sirenas chinas. El año pasado no se vendían bien pero ahora parece que se pusieron de moda. Ya van ocho clientes que me las piden y les digo que no tengo.

Tomo la mano de Marina, y me muerdo el labio inferior. Siento una terrible claustrofobia. No sé exactamente cuánto tiempo haya pasado Marina aquí, pero así hayan sido unos meses, fue horrible. Estoy asustado, siento como si fuera otra de las sirenas; un hombre en cualquier momento vendrá y me llevará con él. Destrozará mi cuerpo, se lo comerá, pero no sin haberme vejado primero.

Qué horror. Estar aquí cada día de tu vida preguntándote si será el último, viendo cómo se llevan una a una a las compañeras con las que sobrellevaste este suplicio. No estás en tu elemento, no puedes huir ni resistirte. Has estado condenada desde que naciste.

Iñaki llega. Tiene una gran sonrisa y usa gafas oscuras. Cuando se las quita veo una chispa de maldad en sus ojos. Es más alto de lo que recuerdo, y no tan atractivo. Esta es la perspectiva de Marina, así lo veía ella.

Lucrecia y Daniel lo saludan con efusividad, encantados de tenerlo aquí una vez más. Charlan un rato sobre su programa y después él va a la otra pecera.

—Este es el cuarto donde tienen a las mejores, ¿no? —dice.

—Así es, tal como siempre —contesta Daniel.

—¿Entonces por qué ninguna me impresiona? Antes había más variedad —sigue caminando, clava sus ojos en las criaturas—. No, no, esta tampoco.

Se dirige a la pecera donde estamos.

—Hmmm... esta de aquí —señala a Marina—. La he visto antes, creo que en una fiesta de la directora de mi programa. Creía que era suya.

—No, solo la alquiló por una semana.

—Genial, a mi amigo le va a encantar. Siempre le doy regalos buenos, pero ahora me he superado a mí mismo. Se lo merece, es un gran tipo —acerca el rostro al cristal—. Oye, ¿te acuerdas de mí? La pasamos bien en esa fiesta.

Besa el cristal. Marina aprieta mi mano. Me transmite su cólera.

—Mi amigo Gus es un hombre algo solitario, a ver si cuando le dé la sirena no termina como el vocalista de Cadaveria —Iñaki suelta una leve risa—. Ja, no creo. Gus es chef, va a comérsela, dudo que haga otra cosa.

—¿El vocalista de Cadaveria? Creo que mi nieto es seguidor de esa banda —contesta Daniel—. ¿Qué le ocurrió?

Iñaki voltea a verlo.

—Vivía solo en su departamento, tenía una sirena. Le confesó a su novia que se había enamorado del animal y que iba dejarla por ella. Según él la sirena le hablaba usando la mente, un lazo místico, el amor más bello de toda la historia. Pfff, qué estupidez. La novia le contó a la familia de él lo sucedido, y ahora está internado en una clínica psiquiátrica. Lo que hacen las drogas, ¿no? Por eso yo no me meto esas mierdas —de nuevo acerca el rostro al cristal, Marina lo ve a los ojos, inexpresiva, él intensifica su sonrisa, su voz adquiere un tono dulce, como si hablara a un cachorro: —. Oye, oye, tú vas a cambiar la vida de Gus, ¿verdad? Claro que sí.

Así persiste el océanoWhere stories live. Discover now