Así persiste el océano

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Veo el botiquín detrás del espejo del baño. Ahí está el cúter, me había olvidado de él. También los antidepresivos que no he tocado en cinco años.

Cuando tenía poco más de veintiséis años, Gloria me convenció de ir al psiquiatra. Yo estaba harto de las juergas con Iñaki y mis noches de insomnio cuando volvía a casa. Apenas me había mudado y me sentía muy solo y triste en un lugar tan grande. Creo que la melancolía del abuelo, viudo desde los treinta y tres años, se quedó en la casa cuando murió.

La doctora Lilian era una mujer paciente y comprensiva. Intenté contarle toda mi historia, pero no pude. Por mucho que traté, no fui capaz de hablarle sobre mi madre, ni mi frustración laboral. Los antidepresivos que me recetó no ayudaron, solo me hicieron dormir más que de costumbre, y entorpecieron mi ya de por sí precaria creatividad. Terminé dejándolos al notar que tardaba el doble del tiempo redactando las reseñas para UNIKA.

Ese fue mi último intento por repararme. Gloria no insistió más.

—¡Gus, mira! —dice Marina, en la bañera, arrancándome de mis recuerdos—. ¡Es el hombre del que habló Iñaki, el de la banda!

Señala la televisión. Sonrío y me siento en el suelo, junto a ella. Vemos a una presentadora de mediana edad hablar de Apolo Torres, vocalista y guitarrista de Cadaveria; el joven músico, después de estar en la clínica psiquiátrica por casi diez meses, se ha recuperado y ha vuelto a los escenarios. Se muestran videos del último concierto, dónde se le ve radiante, cantando con mucha entrega. Luce muy pleno, pero hay un destello de tristeza en sus ojos.

Siento empatía.

Muy pocas personas entienden lo que le ha pasado. Hay hombres que han nacido con la capacidad de comunicarse y amar a las sirenas, esa es una realidad. Si yo no fuera uno de ellos jamás lo creería. Su sirena está lejos, eso lo ha destrozado, pero ahora sabe que es libre, que está en él lugar al que pertenece.

Veo a Marina de soslayo, y paso una mano por su pelo. Voy a echarla mucho de menos.