VI• The Goblin.

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El duende

La mañana empezaba como siempre. Un pequeño grupo de mayores se levantaba más temprano para cuidar de los cultivos, recoger las ropas tendidas y preparar el desayuno. Una vez que el desayuno estaba listo, la mayoría de los niños ya estaban despiertos, corriendo por aquí y allá y los mayores jugaban con ellos siempre que podían.

- Buenos días, Ray. – dijo la rubia al entrar en la cocina

- Buenos días, Gillian. – le respondió sonriente.

- Gracias por hacer el desayuno hoy, algunos ya estábamos extrañando tu cocina. – le sonrió al pelinegro y este le devolvió las gracias por el cumplido

Se había dicho a sí mismo que debía dejar sus preocupaciones de lado en los últimos días que estaría con ellos. También se cuestionaba cuando le diría a Emma que estaría lejos por un buen tiempo. Tan solo pensar en eso le daba temor, así que mejor lo dejaba. Hoy, por lo menos, sería un buen día, tenía ese presentimiento. Hoy pasaría el día con los niños más pequeños.

- Papá, ¡ven a jugar con nosotros! – tres infantes se les acercaron corriendo

Aún no se acostumbraba a que le llamaran así y todo porque les había dicho que un "padre" era alguien que cuidaba de ti y con quien te sentías seguro. De esa forma, muchos de ellos comenzaron a llamarle "papá".

Los tres pequeños que más lo buscaban eran Max, Nina y Jim. Max es un niño de piel oscura, cabellos café largos y rizados y sus ojos oscuros como el azabache. Nina es rubia con dos coletas a cada lado de su cabeza y le gustaba adornarse con grades cintas y lazos. Jim tenía unas gafas redondas muy grandes, cabellos de un tono verde olivo y pecas por todo el rostro. Los tres de ellos fueron quienes lo habían llamado y lo halaron por sus piernas, tratando de indicarle el camino al patio donde siempre jugaban a las escondidas, atrapadas y otros juegos que Ray les había enseñado. De tanto leer en sus libros, conocía muchos juegos que también eran conocidos como "deportes" en el mundo humano.

El que más disfrutaban era el fútbol, sobre todo porque lo que más hacían era correr. Se formaban pequeños grupos de a cuatro entre los niños, quienes peleaban por tener a su "papá" en su equipo. Este solo los regañaba un poco y les decía que él sería el árbitro.

Mientras los pequeños comenzaban a perseguir la pelota hecha a mano que tenían, Ray pudo divisar a la distancia a Emma, vestida con su blusa de mangas largas blanca y unos pantalones de color café y además con un cubreboca, pues su resfriado no parecía haber terminado. Esta cruzó miradas con él y por la expresión de sus ojos podía notar que le había sonreído.

La pelinaranja caminó hacia él con una sonrisa.

- Buenos días. Veo que te levantaste de buen humor, eso me deja tranquilo. – le dijo el chico

- Hm... si... se puede decir... - dijo algo insegura – Ah, y buenos días. – su voz se escuchaba algo opacada por el pedazo de tela que cubría su boca

- ¿Crees que tienes fuerza para jugar? – le preguntó

- Bueno, hace un tiempo que no hago ejercicio... - respondió Emma con un pequeño tono de arrepentimiento

- Puedes volver a empezar de nuevo si quieres, haz perdido algo de músculo. – Ray apretó un poco el antebrazo de la joven para reafirmar lo dicho

- Supongo que eso me ayudará a seguir adelante, ¿no? –

- Por supuesto, el ejercicio no solo es bueno para el bienestar físico, sino también para el mental. – respondió con un consejo muy sano

- ¿Acaso hay algo que no sepas? –

ᴇɴᴅᴇᴀʀᴍᴇɴᴛDonde viven las historias. Descúbrelo ahora