20: Rescate

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La oscuridad total embargaba la celda donde se encontraba Antoine, eran alrededor de las tres de la mañana, el frío calaba hasta sus huesos, tenia hambre, sed y cansancio, llevaba ya varias noches sin dormir, no podía hacerlo, se sentía preocupado por el bienestar de Cossette y Pierre, temía que aquellos imbéciles a los que alguna vez había llamado compañeros les hubieran hecho algo, en especial a Cossette, pues bien recordaba el cómo cuando los arrestaron la chica había recibido varios insultos y amenazas de parte de Gastón y otros más con respecto de enseñarle algo para lo que una mujer de su raza seria buena.

Un fuerte escalofrío le recorrió de pies a cabeza al pensar en que aquellos bastardos le hubieran tocado un sólo cabello a su querida dama, donde se les hubiera ocurrido hacerle una atrocidad como aquella el mismo los mataría aunque fuera lo último que hiciera en su vida.

Además de la falta de sueño, su cuerpo estaba resentido debido a los múltiples golpes y contusiones que cargaba, estos también gracias a las visitas de sus ex compañeros de milicia, ¡Bah! No sabía como es que en algún momento le pareció una buena idea enrolarse en aquel partido de pacotilla, mucho menos llamar a aquellos infelices, compañeros.

Con desprecio dirigió su mirada al suelo, aquella celda apenas poseía una pequeña ventanilla, del tamaño de su pie si acaso, por donde veía el transcurrir del tiempo, y con el cual intentaba calcular que hora del día seria.

Maldijo la hora en la que consideró siquiera una "gran idea" participar en aquella guerra.

Cossette siempre tuvo razón, AAdrianne también, aquella guerra solamente era un sin sentido, una pérdida de tiempo, todo ese tiempo había estado ciego y ahora lo lamentaba, estaba a la espera de su ejecución -de la cual se enteró gracias a que ese rubio desagradable se tomó la "molestia" de ir a visitarle- como condena por su traición hacia el gran reich.

Solo pensarlo lo repugnaba.

Pero lo peor de todo era pensar en que no iba a poder seguir protegiendo a su amada Cossette, su querida dama, ni a Pierre, aquel chiquillo que en un inicio le pareció un muchachito imprudente y demasiado curioso para su gusto. Que no iba a volver a ver a su hermanita menor, ni a su amigo Eric, quien en aquellos momentos debía encontrarse desconcertado ante su actitud, o abrazar a su madre una vez mas y decirle cuanto la quería, ni ver a su padre y cuidar que no hiciera imprudencias.

Las lágrimas amargas y silenciosas recorrían su rostro, aunque de todos modos no importaba si hacia ruido, pues de igual forma nadie lo escucharía, estaba sólo.

Pero no, no les daría aquel gusto, ya bastante le habían arrebatado, no les entregaría también su dignidad.

Un ruido llamó su atención, era el característico chirrido creado por la reja de la entrada de las barracas al ser abierta.

Dirigió su mirada hacia el lugar donde supuso se encontraba el origen del molesto sonido, pensando que tal vez se trataría de alguno de los soldados enviados a buscarlo para prepararlo para su ejecución, o quizás era de nuevo aquel soldado alemán, que había decidido a ir a molestarlo de nuevo.

De todas maneras ya no le importaba, pues dudaba mucho que lograra salir de allí con vida, solamente un milagro lograría hacerlo.

Escuchó como los firmes pasos de su visitante se acercaban hacia el lugar donde se encontraba su celda, eran unos pasos firmes y seguros, y hasta cierto punto sigilosos, pero lo que llamó su atención, pues bien conocía él aquellas pisadas.

— ¿Eric? -preguntó este no pudiendo evitar alzar la voz de más.

— ¡Shh! ¡Guarda silencio Antoine! -silencio el castaño en un murmullo- ¡¿Acaso quieres que nos descubran?! ¡No tienes idea de lo que me ha costado entrar aquí!

Historia de un amor prohibido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora