Historia de un amor prohibido.

21: Au revoir

El frío de la noche calaba en los huesos de las cuatro personas quienes se transportaban a través de las barracas, en busca de el último miembro a rescatar de aquel grupo de valientes.

Aquel grupo, que ya fuera juntos o separados, habían vivido grandes aventuras a lo largo de su vida, ayudando a otros o simplemente haciendo travesuras, para posteriormente ser participes en una guerra en la que desgraciadamente los más inocentes eran los que se veían realmente afectados, una guerra en la que realmente no habían realmente motivos válidos para todas las atrocidades que habían tenido que presenciar, pero que sin embargo, sus almas no estaban dispuestas a rendirse ante la adversidad. No, ellos lucharían, combatirían y saldrían victoriosos de aquella batalla, serían héroes y contarían su historia a los siguientes por venir, a las nuevas generaciones, compartiendo su legado y la sabiduría adquirida, de que realmente no importa ni el color o la raza, el estatus o la edad, ni el sexo o el lugar de origen, todos somos iguales ante los ojos de Dios, somos hermanos que marcados por el error no hemos sabido apreciar la vida realmente, pero que sin embargo, siempre habría esperanza para la humanidad, porque si un soldado nazi había logrado cambiar gracias al amor de una linda y sencilla chica de color, entonces otros también podrían hacerlo.

Es por eso, que cada uno con un objetivo en mente, se transitaba por los pasillos de aquel lugar, hacia el otro lado de las barracas, con la intención de rescatar a Cossette de aquella celda que la tenia capturada cual princesa de cuento de hadas.

Sólo que este no era un cuento de hadas, aquí el captor no se trataba de un gigantesco dragón o una temible bruja, aquel lugar que tenia capturada a la morena no era una torre y ellos no eran un grupo de caballeros en una reluciente armadura con un porte de heroicidad inquebrantable, sino un grupo de jóvenes que trataban de salvar a una inocente de lo que posiblemente la llevaría a la muerte.

De esa manera es que todos se dirigían con gran sigilo al otro extremo de aquellas frías y oscuras celdas, uno para rescatar a la mujer que amaba, otro para buscar a su querida hermana, y los dos últimos para ayudar a ambos amantes a poder vivir una vida juntos.

El constante goteo del agua filtrándose por el techo y cayendo al suelo era lo único que se escuchaba, hasta que poco a poco un débil y lastimero llanto se pudo oír a través de los pasillos, escuchándose cada vez más fuerte a medida que avanzaban por el lugar.

Con paso decidido Antoine se adelantó al resto del equipo, apurándose por llegar al origen del ruido, seguro de que se trataba de su pequeña dama, Cossette.

Llegó hasta una fría puerta de metal con una pequeña ventanilla enrejada, palpó la pared en busca de las llaves, más no logró encontrar nada.

Estaba a punto de perder la calma cuando una mano firme se posó en su hombro, se trataba de Eric, quien con calma le indicaba que se hiciera a un lado, para darle paso a Adrianne, quien llevaba entre sus manos un manojo de llaves.

Un poco de ruido secundó a la rubia mientras que buscaba la llave adecuada para abrir la pesada puerta metálica, cuando finalmente escucharon un leve click, abrieron la puerta y entraron, aquella ala era la más apartada de las barracas, se trataba de un espacio aún más frío y oscuro, más que el resto de las celdas, por lo que el rubio podía imaginarse el miedo que debía estar sintiendo Cossette en aquellos momentos.

Lo peor de todo es que debían hallar la celda donde se encontraba la morena y salir de allí lo más pronto posible, en cualquier momento alguien bajaría a aquella zona de la base y daría la voz de alarma, dando por acabado el tiempo para todos ellos, pues algo seguro era que aquel alemán no los perdonaría.

Todos se fueron adentrando por los distintos pasillos de aquella sección, separándose en parejas para abarcar mayor terreno, hasta que finalmente la oscuridad los envolvió por completo.