0. Secuencia

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0. Secuencia.

Santiago.

Hay dos tipos de personas que no soporto.

El primero no tiene o no muestra interés por lo que hacemos, lo que nos gusta y tampoco por lo que somos. Son personas que se pierden de todo un proceso de aprendizaje y crecimiento, haciendo acto de presencia solo cuando alcanzamos una meta. Es gente que nunca aporta nada más que unas pequeñas celebraciones al final de un duro proceso, perdiéndose así las partes más importantes de nuestra vida.

El segundo tipo tiende a ser casi igual al anterior, la única diferencia es que estas personas solo se manifiestan cuando todo se está derrumbando a tus pies, cuando ya nada parece tener solución, cuando ya todo está terminado o cuando deben fingir que están interesados en una situación que para otros es dolorosa.

No me gusta que esos tipos de personas se consideren mis amigos o familiares puesto que jamás han aportado nada a mi vida y tampoco me conocen lo suficiente como para entender lo mucho por lo que he pasado.

Mis familiares aparentan haber olvidado a la maravillosa mujer de cabello morado que, justo en estos momentos, mueve su cuerpo al ritmo de la música latina que se escucha en el radio mientras hornea uno de sus deliciosos postres; de la misma forma que parecen haberse olvidado de mí.

Tanto mis padres como mi tía no han visitado ni llamado desde hace más de seis meses. Y probablemente sería más tiempo si ellos no hubieran aparecido para pagar la cuenta del hospital cuando la abuela se sentía mal a causa de su hipertensión.

Como dije antes, ellos solo aparecen cuando todo se está derrumbando o parece no tener solución.

A mí no me gusta mendigar su ayuda ni su amor.

Las únicas personas que siempre nos han acompañado tanto en las buenas como en las malas son Luz y Josh, mis mejores amigos; la señora Doris, madre de Luz; doña Carmen, abuela de Josh además de la señora Soledad, una de nuestras vecinas.

Mi abuela es feliz con las pocas personas que la acompañamos, pero ella extraña a sus hijos y sufre su ausencia.

Dato: a ella tampoco le gusta mendigar su ayuda ni su amor.

Soy hijo de un lindo y estable matrimonio con tres hijos: Luisa, Luciana y yo, el mayor de los tres.

Mis padres se han desentendido por completo de nosotros tanto económica como emocionalmente.

Mi abuela paterna necesita dinero para costear sus caros medicamentos de la tensión, sus citas médicas y sus gastos personales. Yo lo necesito para costear los libros de la universidad y también para mis gastos personales. Eso sin contar todos los gastos de la casa, que van desde los servicios necesarios hasta la comida que vamos a ingerir.

Nuestras únicas entradas de dinero son mi trabajo de medio tiempo como mesero en una cafetería y los postres que vende la abuela a personas del vecindario. No es mucho, pero hasta ahora hemos logrado vivir de eso.

Mi tía Karina, la hija mayor de la abuela, es la que menos interés ha mostrado en nosotros; jamás tuvimos su ayuda económica ni mucho menos su compañía cuando la necesitamos.

La abuela no necesita muchos cuidados. Ella puede valerse por sí misma, aunque nunca está de más mantenerse cuidándola ya que existe la posibilidad de que algo pueda sucederle en medio de un pequeño descuido.

Nuestra familia más cercana desapareció por completo y puedo asegurar que solo aparecerán cuando una tragedia ocurra: llorarán por unas horas además de que se lamentarán entre ellos y, cuando todo mejore, volverán a desaparecer.

Esa es su secuencia.

Detesto esa secuencia.

El color de su vejezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora