27. La llegada de la familia

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27. La llegada de la familia.

Linda.

—Buenas noches, abuela. —Luciana es la primera en saludarme envolviendo mi cuerpo en un abrazo que correspondo sin dudar.

—Gretta, es bueno verte. —La voz masculina de Arturo llega a mis oídos en el momento en que Luciana me suelta.

Él es el siguiente en abrazarme. Desde el rabillo de mi ojo veo que Luciana se abalanza sobre Santiago envolviéndolo también en un abrazo, pero él se queda quieto en su lugar sin corresponderle.

—Suegra, veo que mantiene sus gustos excéntricos. —Es mi nuera la que habla.

—Y únicos, nunca olvides que son únicos —respondo.

—Luisa pasará Nochebuena con su novio fuera de la ciudad. —El tono de Arturo está lleno de amargura al soltar esa frase y yo solo asiento en mi lugar.

Ahora mi nuera camina hasta donde se encuentra Santiago, quien la observa con el ceño fruncido mientras ella le sonríe.

—Hijo, no imaginas cuanto te extrañé. —Son las palabras de la mujer de cabello azabache.

—Imagino que fue muy poco como para desaparecer por casi siete meses. —La respuesta de Santiago la frena en seco.

Mi nieto mayor gira sobre sus talones y se mete a la cocina sin decir más.

Cada par de ojos en el recibidor se posa en mí, pero yo no me molesto en disculparme a nombre de Santiago ya que él tiene sus razones para comportarse así.

—Síganme. —Es lo único que digo mientras camino hasta el comedor, donde un Edward mirando la pantalla de su celular nos espera.

Además de Edward están Doris, Luz y Soledad. Mi hijo y su familia llegaron tarde, casi sirvo la cena pensando que a última hora habían decidido no asistir.

—¡Primito, que bueno verte! —Saluda Luciana antes de ocupar el asiento libre junto a Edward.

Ante la llegada de la única persona de su edad, Edward sonríe y deja de lado su celular para proceder a conversar con ella.

—Vuelvo en unos minutos, iré por los platos para que demos inicio a la velada. —Son mis palabras antes de hacer mi camino a la cocina.

Allí me encuentro con Santiago, quien toma un vaso de agua a pecho. Su respiración está agitada, sus músculos están tensos, sus mejillas se encuentran sonrojadas debido a la furia y su agarre al vaso es fuerte.

—Santiago, entiendo que estés enojado con ellos, pero haz el esfuerzo de no ser grosero durante la cena. —Tomo la pila de platos y él decide tomar la de vasos.

—No soy un hipócrita.

Sus palabras salen con tanta calma y determinación. Él no es una persona que mendiga amor, pero tampoco una que finge sentirlo.

—Vas a ayudarme a llevar los utensilios al comedor y a ponerlos en el centro de la mesa —digo al tiempo que comienzo a caminar—. Vas a tomar asiento y a comer tranquilo, ¿está bien?

Siento sus pasos siguiéndome hasta el comedor.

—Puedo hacerlo —susurra.

El color de su vejezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora