34. El gran diagnóstico

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34. El gran diagnóstico.

Santiago.

Es impresionante como algunas palabras son capaces de darle vuelta a tu mundo.

Esta mañana salí de mi casa con el fin de volver a mi rutina habitual: primero debía ir a la universidad y presentar algunas pruebas, luego a la oficina y por último al restaurante.

Ni siquiera presenté la primera prueba en la universidad antes de venir al hospital a toda prisa.

He recibido llamadas tanto de mis compañeros de clase como de mis compañeros de trabajo, pero las he ignorado todas.

No quiero saber de nada en estos momentos.

En estos momentos soy prisionero de mi miedo, de mi inconformidad y de mis quejas. ¿Se me puede culpar por sentir que la vida está siendo una perra injusta en estos momentos? ¿Me pueden culpar por sentirme inconforme con toda la mierda que me lanza la vida?

La respuesta es no.

Nadie puede culparme por querer más.

He luchado más que nadie para tener una mejor vida. Muchas veces serví tazas de café mientras susurraba los términos que debía aprender sobre mis clases, muchas veces estuve más de cincuenta horas despierto entre turnos de trabajo y libros de texto, muchas veces cancelé planes con mis amigos para trabajar horas extras y muchas veces me vi tan agotado que mis pensamientos eran un nudo.

Sé perfectamente que todo eso valdrá la pena en un futuro, pero eso no quita que no sea justo que mi abuela y yo tengamos que vivir tanta mierda.

Aprendimos a aceptar lo injusta que puede ser la vida, aunque a veces nos quejemos y lloremos hasta el cansancio como yo lo estoy haciendo ahora.

Carmen toca mi hombro, sacándome inmediatamente de mis pensamientos, y señala al médico que camina en nuestra dirección. Me pongo de pie rápidamente y doy unos pasos con el fin de acortar la distancia entre el profesional y yo.

— ¿Eres Santiago Storn? —pregunta el hombre de bata blanca y yo solo me limito a asentir con mi cabeza—. Su abuela sufrió una hipotensión gracias a las altas temperaturas a las que se expuso; eso provocó que perdiera el conocimiento y cayera al suelo golpeándose la cadera y la cabeza. El golpe más grave fue sin dudas el que recibió en la cabeza.

»Sufrió un traumatismo craneoencefálico. Le hicimos los estudios necesarios para saber si con reposo y tratamiento se pueden eliminar los daños, pero los resultados han sido negativos. —Lo miro sin decir ni una palabra, esperando que continúe con su diagnóstico—. Su cráneo está roto y algunos trozos están en su cerebro, por eso debe ser sometida a una cirugía lo antes posible. Mientras más rápido actuemos, más posibilidades hay de que la cirugía sea exitosa.

Una cirugía.

Las palabras del doctor me hacen tener aún más miedo. Linda tiene setenta y seis años, no me parece para nada conveniente someterla a una cirugía de esta índole.

Todo se oscurece y ahora soy yo quien pierde el conocimiento.

El color de su vejezWhere stories live. Discover now