1. Promesa de color

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 1. Promesa de color.

Linda.

¿De qué nos sirve dejarnos llevar por los estereotipos impuestos por otros?

No sigo el estereotipo de señora de setenta y seis años: cabello gris gracias a las canas, bastón para mantener mi equilibrio, ropa holgada y viviendo con uno de mis hijos mientras que lo único que hago es tejer botines para mis nietos.

Soy madre de dos hijos: Karina y Arturo además de que soy abuela de cuatro lindos jóvenes: Luciana, Luisa, Edward y Santiago. El último mencionado, más que un nieto, es un hijo para mí.

Diría que él es más mi hijo que mis propios hijos.

Vivo con Santiago a media hora de los hogares de mis hijos y nietos, pero parece que viviéramos en otro continente ya que nunca nos visitan y tampoco nos llaman.

Supongo que es porque no tienen ganas de verme; los avergüenzo con mi simple existencia y gustos. La única persona de mi familia capaz de entender mi personalidad es Santiago. Él lo es prácticamente todo para mí.

Paso el cepillo de madera por las hebras moradas de mi cabello y sonrío al ver mi reflejo en el espejo; las arrugas son más que visibles en todo mi cuerpo y algunos huecos de dientes faltantes se hacen notar en mi sonrisa, pero eso no me impide mostrarla. Soy una mujer de ojos color avellanas que suelo resaltar con sombras marrones y un corto delineado, cejas poco pobladas, mejillas llenas y labios finos que usualmente pintó de colores.

Llevo puestos unos leggins morados que combinan perfectamente con el tono de mi cabello, una blusa con mangas cortas negra que deja al descubierto mi pecho lleno de lunares y calzo unos zapatos ortopédicos de color negro.

Salgo de mi habitación y camino hasta la sala para esperar a Soledad, una de mis mejores amigas, quien vendrá para que juntas hagamos un pastel además de algunos dulces que una vecina nos ha encargado para el cumpleaños de su hijo.

Nuestro trabajo consiste en vender postres e intentar endulzar y darle color a los días grises de otros, lo mismo que Santiago me prometió hacer conmigo hace dos años

Aún recuerdo sus palabras llenas de sinceridad y su mirada llena de amor:

—Mereces ser única. Siempre lo has sido —dijo aquella tarde mientras desempacamos sus cosas—. Mereces estar llena de alegrías, sueños e ilusiones. Mereces vivir todas las experiencias que quieras en la última etapa de tu vida. —Comenzó a ubicar la ropa en el armario de la habitación mientras que yo cubría con sábanas limpias el colchón de su cama.

»Te prometo, Linda Storn, que te ayudaré a darle color a tu vejez, que lo común quedará atrás y que, a partir de ahora, serás tratada como la reina que eres además de que tu vida estará repleta de mil colores y dulzura. —Me quede paralizada en mi lugar al tiempo que las lágrimas amenazaban con salir.

Hasta ahora, él ha cumplido su promesa y mi última etapa ha estado llena de colores gracias a él.

Santiago siempre cumple lo que promete.

El color de su vejezWhere stories live. Discover now