Capítulo 1

15.8K 1.4K 256
                                    

Lancaster, Inglaterra 1821

—Siéntate erguida Elena. —golpeó el suelo con su bota y de inmediato su espalda se enderezó, y aunque continuó revolviendo la taza de té en silencio, se había estremecido ante su voz amenazante. —¿A qué hora salió Elton?

—Tres horas...

—Tres horas ¿qué?

—Tres horas Milady.

—Por Dios, aun no sé qué te ha visto el insensato de mi hermano...

Llevó la taza en silencio a sus labios, ella también se lo preguntaba, después de todo, solo había sido objeto de sus caprichos y sus más oscuros pensamientos. Sus ojos se posaron en su pierna extendida, esa había sido la enseñanza más dolorosa de su vida. Ahora era la Marquesa coja, tullida, imposibilitada, incapacitada, impedida y alguna vez había oído hasta estropeada.

—¿Por qué no te has puesto el vestido lavanda? —interrumpió sus pensamientos.

—Hoy es martes Milady...

—Ve a cambiarte y lo esperas con el lavanda, no lo vi de buen humor cuando se fue hoy.

—Sí señora.

Tragó el té que sabía a nada y posó su mano en el bastón para levantarse.

Apenas había hecho unos pasos con el dolor que le generaba apoyar el peso en aquella pierna maltrecha cuando pasaba algo de tiempo sentada, y Esme volvió hablar.

—Lleva mi taza.

—Sí... Milady. —recordó de inmediato antes de que le costara una bofetada. Volvió sus pasos y tomó la taza, con la dificultad que se le presentaba llevar ambas y apoyarse en el bastón, por lo que asentó la suya en la mesa dispuesta a realizar dos viajes y se irguió.

—Las dos.

—¿Disculpe Milady?

—Que lleves las dos. —Tragó agotada, pero sabía y había aprendido a fuerza del dolor que no podía huir de aquello ni rebelarse, sólo tratar de sobrevivir de la mejor manera y convertir su dolor e impotencia en astucia. Freya se lo había enseñado, habían hablado de eso en el sótano tantos meses como le llevó recuperarse de sus heridas y de la fiebre.

Una mujer mayor, cabello cano y empleada de la casa, amorosa y cariñosa, que había sanado su pierna, la había reubicado con sus manos como había podido, la entablilló y cuidó de ella todos los meses en que estuvo recluida allí, pues Elton no permitió que ningún médico la viera ni que recibiera visitas, sólo se le informó a su familia del accidente y fin de la cuestión. Le había costado muchísimo entender que los Salvin eran así, porque sí, sin que lo mereciera, sin que hiciera algo, simplemente golpeaban porque podían y te enseñaban a la fuerza que no podías contradecir nada.

Freya la instruyó con la enseñanza más valiosa que pudo recibir, "sé astuta", se lo había repetido tantas veces que se había grabado dentro de ella como marca de hierro. Ya no luchaba en vano, ya no peleaba, ya no gritaba ni suplicaba, trataba de volver su terrible ventura en lo que fuera mejor para ella, había aprendido a mirar más allá del momento y las circunstancias, a observar callada, a desmenuzar pensamientos antes de actuar, sobretodo luego de que su familia le diera la espalda del todo al saber su fatídica desgracia. Prácticamente no la visitaban y cuando le insinuó a su madre que las cosas con su esposo no andaban bien, se limitó a extender su mano sobre su boca y obligarla a callar; y cuando se dignaban a invitarla a algún festejo o acontecimiento social, el Marqués la obligaba a rechazar la invitación con alguna excusa o acudía él solo aludiendo malestar, dolores o cualquier cosa semejante. Era presa en esa casa, en esa vida que odiaba y con una pierna destrozada, lo que recortaba casi como un hacha cualquier posibilidad fuera de esas cuatro paredes de piedra y musgo.

Corazón en  PenumbrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora