Capítulo 10

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Anne y Claire O'Kelly se acercaron a ella que reposaba en una silla junto al rincón, el reel sonaba y muchas parejas bailaban en el salón mientras bebían y cotilleaban. Al principio las oía atenta, puesto que hacía mucho tiempo que no salía de las paredes de una casa, le atraía la manera en que abrían los ojos, y estos les brillaban maliciosamente cuando pensaban decir algo sobre la virtud de una señorita, el tono y el timbre de voz les cambiaban y supo que de verdad disfrutaban diciendo todas aquellas cosas sin sentido. Luego de una hora de escuchar las mismas barbaridades ya no las soportaba. Ansiaba salir de ese lugar y descansar. Su pierna había olvidado los preparados de Freya y comenzaba a molestarle y hacerse notar. El vestido era amplio y le permitía estirarla sin que llamara demasiado la atención, pero igualmente suspiró fastidiada, deseando que la noche acabará al fin. Entre las parejas bailando, Victoria se acercaba a ella.

—Bonita fiesta. —dijo con un dejo de amargura en la voz que se percibía hasta en el aire.

—Gracias.

—¿Cómo está tu pierna?

—Bien, gracias por preguntar.

—¿Y?

—¿Qué?

—¿Qué tienes pensado para la noche de bodas? ¿tienes el ajuar listo? —Elena carraspeó y abrió los ojos.

—¿Cómo me vas a preguntar eso? Por Dios Victoria, no seas atrevida...

—No te escandalices, ya estás casada y en segundas nupcias. No te hagas la tímida o recatada conmigo que no me trago el cuentito de decencia y cuanta cosa. —rio

—Igualmente, no me parece un tema apropiado para hablar aquí.

—¿Lo tienes preparado o no? —Elena asintió y de inmediato bajó el rostro, pues detestaba todo lo que tuviera que ver con la intimidad y agradeció a Dios que aquello no estuviera incluido en el acuerdo. No entendía que las mujeres pudieran disfrutar de eso que había padecido cada día de la existencia del Marqués, e incluso, hasta que Freya descubrió las benditas gotas, había sufrido sus abusos y padecido demasiado cada una de las noches en las que había planeado innumerables maneras de quitarse la vida.

—Menos mal... porque un hombre como ese no te dará descanso...

—Por Dios Victoria, tu comentario es el colmo de la desfachatez. —la vio blanquear los ojos mientras hablaba.

—Es la verdad... nadie puede oírnos, deja el drama.

—Igual, es incómodo hablar de esto contigo, y déjame decirte que no es un tema de conversación para este lugar. —Victoria largó una de sus estridentes carcajadas.

—¿Y con quién piensas hablarlas? ¿Con tu doncella?

—No pienso hablarlas con nadie.

—Bueno, yo te doy un consejo: hombres como ese... —miraron a Aiden que estaba conversando con algunos caballeros. —...que son jóvenes y fuertes, que conocen la vida, pues tu esposo la conoce, te lo aseguro, no los conformas con algunas caricias como tal vez hacías con el viejo difunto. Con él tienes que ser más salvaje... a ellos les gustan las mujeres sin tantos tapujos... como esas que encuentran en esos clubes...

—Victoria, te obligo a que detengas esta conversación de lo más asquerosa y detestable. Me extraña que seas capaz de hablar de esa manera y que te hagas la experimentada. —la vio enarcar una ceja y reír mientras llevaba la copa a sus labios y ambas miraron a Aiden que las contemplaba entre las personas. Tomó el bastón y caminó hacia un pasillo un tanto en penumbras que supuso daba hacia la cocina y que le aliviaría del salón abarrotado y al mismo tiempo, de recuerdos terribles y de lo más aterradores.

Corazón en  PenumbrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora