Capítulo 41

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Se acomodaron en el primer piso, la habitación era amplia y confortable, la luz natural del sol de otoño iluminaba todo el espacio y daba calidez al lugar. Aiden preparaba su arma sentado en un cómodo sillón que había junto a la ventana. Inspiró profundo su cigarro mientras su mente bullía repleta de inquietudes. No era una de sus virtudes soportar cabos sueltos o que algo de saliera de su control, y todo lo de Callum más la presencia de William, lo llevaban loco.

Elena permanecía sentada en la mecedora aguardando que él terminara.

—¿No puedo ir contigo?

—No amor... es peligroso... son todos hombres, te sentirías incomoda.

—No quiero quedarme sola... no conozco a casi nadie...

—Elizabeth, la esposa de Edward es muy amable y educada, respetuosa y señora de su casa... creo que te llevarías bien con ella y me parece una excelente compañía. —Elena asintió de mala gana e inspiró profundo.

—Lamento que tengas que irte...

—Si piensas que vas aburrirte o pasarla mal, no voy y me quedo contigo.

—Claro que no... —Sonrió —Ve a divertirte y yo haré nuevas amigas. —Aiden sonrió.

—Eres terrible... lo haces a propósito para que me quede.

—No... claro que no... es de verdad. Estoy un poco sola en la casa y he pensado que pronto tendrás que volver a la mina, a los clubes y todo eso, no quiero quedarme tan sola, así que después de todo me vendrá bien conocer a alguien que luego pueda invitar a beber café y comer bocadillos.

Aiden sonrió y besó su mano dulcemente mientras detenía sus ojos dubitativos en los suyos. Aguardó allí mirándola detenidamente.

—¿Sucede algo más?

Quería contarle todo, deseaba decirle de sus motivos principales, del acuerdo, de Victoria y de lo demás, pero la sola idea le aterraba. Tragó nervioso y bajó la mirada.

—No sucede nada... ¿Me quieres?

—Claro que sí, ya lo sabes.

—Pero... ¿hay algo que pudiera apartarte de mí? —Elena lo miró extrañada por sus palabras. Extendió su mano hasta su rostro y lo acarició.

—No. Conozco tu parte más oscura y aún así quiero quedarme.

Aiden se acercó a ella repleto de inseguridades y la abrazó muy fuerte.

—Mejor apuremos porque no quiero que me toque el caballo más lento. —Elena sonrió y él le ayudó a ponerse de pie.

Bajaron por las escaleras de servicio, pues no quería que la vieran bajar cargada de aquel modo por su esposo, prefería ahorrarse los chismes que luego de seguro las malas lenguas comenzarían a esparcir.

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