Capítulo 27

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Arrastraron su cuerpo entre los árboles mientras intentaba con sus manos defenderse inútilmente, su bastón había caído en la hierba y de los tirones su pierna empezaba a doler intensamente. Mientras uno la sostenía, alguien más vendaba sus ojos y la amordazada. Un sudor frío descendía por su frente mientras el terror la invadía, sollozaba aún con la mordaza en su boca y no hacia sino en pensar en el pequeñito que debía estar solo, tal vez asustado al no poder encontrarla, o peor aún, que se lo hubieran llevado al él también. La idea la enloqueció y hasta intento zafarse mientras hacían sus ataduras.

La colocaron sobre algo que comenzó a moverse despacio, y supuso que era una carreta, pues su oído descansaba sobre la madera que crujía en los caminos maltrechos, no podía ver nada y apenas si oía algunos murmullos. Deseaba volver atrás el tiempo, quedarse en la casa con Oliver y cuidar al niño como le había prometido a Aiden. Se sentía agobiada, asustada y desesperada, pues desconocía sus intenciones y maquinaciones.

—¡Te dije que era en el sendero más atrás! Date la vuelta...

—No sé... ¿Estas seguro? Yo creo que era por aquí.

—Que no... que te des la vuelta.

Sintió la carreta tomar el bache del camino y su cuerpo salto sobre las tablas, golpeando su rodilla y haciendo que sus músculos se tensaran y su pierna doliera intensamente.

La carreta continúo un buen tiempo y luego se detuvo estrepitosamente.

—Está llegando tormenta... debemos hacerlo pronto. —oyó que murmuraban.

—¿Estas seguro que es aquí?

—¿Estas seguro que es aquí?

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—Si... vinimos en una oportunidad con Gaspar hace mucho tiempo, nos tocó pasar la noche.

—Estamos en el medio de la nada...

—No... no lo creas. No es tan lejos, lo que tiene es que es bastante escabroso para llegar.

Se oyó un ruido y se intentó sentar, pero sus esfuerzos eran en vano, pues llevaba sus pies atados al igual que sus manos. De repente, aquellas manos volvían a tomar las suyas y tirar de su cuerpo, haciendo que cayera al suelo y un gemido de dolor escapara de sus labios. El aire no entraba en sus pulmones y un dolor agudo cual punzada atravesaba su espalda por la caída.

Intento inspirar despacio y corto, como si de esa manera fuera más fácil permitir que el aire ingresara. La tomaron por el brazo y la arrastraron por la tierra sin el menor cuidado, sentía las piedras y las espinas clavarse en su piel y desgarrarla causando ardor y un dolor terriblemente intenso. Finalmente, la dejaron tendida en en el suelo y apenas si podía moverse.

—¡Vamos! Ya viene la tormenta.

—Pero... ¿vamos a dejarla aquí?

—Hace muchos días que estamos tras ella... cuando al fin logramos atraparla quieres cambiar los planes... Deja la bobada y vamos...

Corazón en  PenumbrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora