Capítulo 42

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El murmullo constante de la sala se hacía lejano y distante, el ruido de las tazas de porcelana golpeteando en los platos delicados era sólo el eco de una conversación acalorada sobre cotilleos y puntos de bordado, de la que no participaba en absoluto. Su mente estaba embotada de cuestiones inexplicables y palabras que decían tantas cosas y al mismo tiempo se hacían imposibles de creer. Las palabras de William habían calado su vida hasta exponer su corazón enamorado que cual ciego se obligaba a no pensar en aquella posibilidad, pero empeñadas en dañarlo y acostumbrada a que nada era hermoso y que el amor no estaba hecho para ella, sus pensamientos traían al presente las lágrimas de Victoria rogando que no se casara, tantas preguntas sobre su vida matrimonial, sus palabras duras y sus confesiones sobre cierto amorío extramatrimonial, retumbaba dentro de su cabeza y dejando su marca cual mella en el hierro.

—Señora Hammill, ¿qué piensa de la textil Foster? —Inquirió Lady Morgan que miraba su rostro turbado sobre el marco de sus anteojos. Elena apretó su frente y trató de concentrarse en su pregunta que apenas entendía.

—Disculpe milady, ¿cómo ha dicho?

—¿Qué opinas de la textil Foster?

—Lo siento... —dijo moviendo su cabeza a un lado y a otro en negativa —no he oído nada... —Solo recordaba ese apellido en alguna conversación aislada de Aiden, pero nada más.

—Qué extraño... tu padre y el señor Marshall deben de estar atiborrados de problemas.

—Qué pena... no he oído nada... es que casi no los he visto, pero imagino que ha de ser un problema más de la textil que pronto han de superar. —bebió un sorbo de su desabrido té.

—No lo creo... he oído que los precios a los que ofrecen la producción es tan bajo que se ha vuelto la pesadilla de varios aquí en Lancaster.

La puerta de la casa se abrió de repente distrayendo la conversación por completo y sobresaltando a las damas para dar lugar a un ofuscado Aiden que se detuvo frente a ellas inspirando profundo y solicitando a Elena.

Caminaron lo más rápido que la pierna de Elena permitía y se escabulleron por la escalera de servicio.

—Dime qué sucede por favor. —suplicó extrañada.

—Nos vamos a casa. —dijo terminante.

—¿Pero qué ha sucedido?

—¡Nos vamos! —gritó Aiden angustiando a Elena por su actitud, ante la cual guardó silencio y finalmente acató. Se montó en el carruaje mientras Aiden tomaba el equipaje y cargaba los baúles en la parte trasera.

Por el cristal de la ventanilla alcanzó a ver a los hombres que regresaban de la cacería y se amontonaban frente a la casa conversando extrañados y exaltados. Macfayden alcanzó a Aiden, con quien discutía de manera extraña aunque conciliadora. Apretó sus manos sobre su regazo y cerró sus ojos tratando de adormecer todo lo que sentía y la invadía.

La puerta se cerró de un golpe y dio dos palmadas sobre el techo del carruaje para que tomara camino. Se recostó hacia atrás, su respiración estaba agitada y se notaba inquieto. Cruzó sus brazos sobre su pecho mientras apretaba sus ojos y resoplaba intranquilo, preocupado y ansioso hasta lo sumo. Luego de unos segundos y cuando la casa se fue quedando atrás fue que se percató de Elena, que estaba sentada a su lado, mirando a través del cristal y en completo silencio. Su corazón se apretó y le reclamó abrazarla, rodearla y acercarla a él, sentir que aún estaba allí.

—Elena... —susurró mientras se acercaba a ella, pero se mantuvo esquiva, su actitud contrariada y la manera en que le había gritado, no hacía sino traer recuerdos terribles y confundir aún más sus pensamientos. Se acercó a ella y la abrazó recostándola sobre su pecho. —Lo siento... lo siento mucho. Por favor perdóname. —susurró en su oído, pero su boca se había sellado y guardaba toda la pena que cargaba su corazón confundido. —¿No vas hablarme? —pregunto angustiado. Ella se incorporó despacio, acercó su mano a su rostro y lo miró a los ojos, tratando de entrar por ellos hasta su corazón y aclarar sus sospechas y sus miedos.

Corazón en  PenumbrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora