Capítulo 13

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Elena se colocó la capa y se detuvo impaciente en la entrada de la casa mientras veía a su doncella caminar apurada.

—Vamos Freya, apúrate que se hace tarde.

Le ayudó a bajar la escalera y el carruaje esperaba por ellas. Tomaron el camino principal entre los árboles hacia la ciudad.

—¿Está segura señora? No me parece bien que le mienta al señor... tengo miedo que si lo descubre pueda suceder alguna cosa...

—No te preocupes que no va a enterarse de nada.

Mientras avanzaba el carruaje por el camino, pensó en Oliver, era pequeño y dulce, la enternecía y hasta disfrutaba de su compañía. Sonrió levemente al recordar su risa estridente y sus ojitos vivarachos y despiertos mientras pensaba que iba apartarse de él, y aunque hacía tan poco que se conocían, sabía que sin duda lo iba a extrañar y mucho.

El cochero detuvo los caballos en la avenida principal de la ciudad. Las dos descendieron y le dieron la indicación de que aguardara en el parque pues iban a demorar en las compras. El hombre asintió y apenas comenzó la marcha de los caballos, se apuraron a caminar hasta la oficina del abogado que por la hora debía estar esperando por ella. Debían cruzar algunas calles y caminar bastante, algo que con el bastón se dificultaba en gran manera y agotaba por completo las fuerzas de su pierna. Apenas divisaron la puerta, golpearon con insistencia hasta que una criada abrió y se sentaron a esperar. Elena acarició su pantorrilla, que por la caminata comenzaba a quejarse.

—Señora, le dije que llegáramos hasta aquí con el carruaje. Es mucho para su pierna...

—No, todos los empleados de la casa son de su confianza, estoy segura que de inmediato se enteraría que estuvimos aquí, y no quiero eso, al menos hasta que hable con Callum.

—Entiendo.

Pocos minutos después, el abogado abrió la puerta y las recibió. Su olor a alcohol despertó en ella la desconfianza y miró a Freya de soslayo. Su aspecto abandonado la sorprendió, ya no era solo su cabello enmarañado o su sombrero mal puesto, llevaba la camisa sucia y por fuera del pantalón, no se había colocado el moño y la botella descansaba sobre una mesa junto al escritorio.

—Tome asiento marquesa... le suplico que disculpe la tardanza.

—Está bien.

—Cuénteme qué la trae por aquí.

—El señor Hammill ha incumplido con nuestro acuerdo y deseo que se lleven adelante las cláusulas que así lo determinan.

—No entiendo... ¿Qué sucedió? Ha pasado apenas un día.

—He confirmado que tiene un hijo. —Callum frunció el ceño.

—Oh... no lo sabía. ¿Está usted completamente segura?

—Claro que sí. Vive en su casa, le dice papá y cuando se lo he preguntado al niño me ha dicho que lo es. —Callum seguía estupefacto.

—Señora... déjeme averiguar primero... me parece muy extraño que un hombre tan calculador como él vaya a dejar pasar semejante detalle.

—No dispongo de mucho tiempo. He tenido que inventar una excusa para venir aquí sin que lo sepa, pues no deseo que esté enterado hasta que todo esté en marcha, entenderá que temo sus represalias.

—Claro marquesa.

—¿Y cuándo podría tenerme una respuesta? —El hombre inspiró hondo y se quedó pensativo.

—Tres días aproximadamente.

—Muy bien, en tres días enviaré a mi doncella para que le dé el mensaje y si todo es como yo pienso, me las arreglaré para volver y arreglar el resto.

Corazón en  PenumbrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora