Epílogo

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Aiden mascullaba ideas y preocupaciones mientras caminaba de un lado a otro del pasillo, llevaba su mano a su cabello y pasaba sus dedos por el mismo tirándolo hacia atrás. Resoplaba y maldecía.

—¿Quieres quedarte quieto por favor? —espetó John de mala cara.

—No.

—¿Podrías sentarte un momento?

—No.

—Dios mío... pobre tu esposa.

—Padre, ¿será niño o niña?

—No lo sé Oliver... —respondió apurado y nervioso.

El llanto se oyó detrás de la pared y rengueando se acercó a ella lo más rápido que su pierna le permitía, apoyó su mano y su oído en la puerta, cerró sus ojos tratando de transpasar aquella barrera y dilucidar qué sucedía, mientras su corazón galopaba como un potro salvaje y sonreía ansioso. De repente la puerta se abrió y Freya sostenía en brazos envuelta en una delicada sábana blanca, aquel rostro pequeñito y delicado, con la nariz perfecta de Elena y sus ojos verdes brillantes. Se la extendió y con sumo cuidado, cual si fuera una delicada flor, la tomó en sus brazos mientras veía cómo bostezaba.

—Es una niña señor... —dijo Freya sonriente y apenas en un hilo de voz.

Aiden la miró con ternura mientras una llama ardía dentro de si mismo, arrasando oscuridades, dolores y feos recuerdos, sólo crecía y crecía ocupando cada espacio, llenándolo y haciendo que rebosara por dentro.

Levantó sus ojos y se acercó a la cama donde Elena lo contemplaba cargar a su hija. Se sentó a su lado y la inclinó para que ella pudiera verla.

—¿No es hermosa? —Asintió. —¿Y cómo va a llamarse?

—Diana. —Aiden se giró hacia ella y acarició su rostro con el dorso de su mano mientras sonreía.

—Gracias mi amor.

—Es perfecto para ella, y Oliver va a sentirse muy feliz. —Asintió mientras veía a Diana cerrar sus ojos y dormir. Contempló sus mejillas sonrosadas, sus pestañas claras y lo perfecto que Dios había formado aquel cuerpo dentro de ella.

Oliver se recostó junto a ella mientras observaba a su hermanita tan pequeña en brazos de su padre, sonreía y abrazaba a Elena.

Freya continuaba apoyada en el marco de aquella puerta, mientras John se acercaba por detrás y tomaba su mano, que de inmediato la hizo sonreír y aferrarse a ella.

—Me asombra lo valiente que es usted Freya...

—Gracias señor Martin —dijo siguiendo aquel juego.

Elena sonrió al ver su familia al lado del hombre que amaba. Dios le había hecho el regalo más hermoso que alguien puede recibir, el de amar y ser amado.

Tiempo después la casa se vistió de fiesta, Freya y John finalmente habían dejado prejuicios atrás para comenzar a formar su propio hogar, siempre al lado de los suyos, de quienes amaban.

Muchos años después, cuando sus hijos ya fueron grandes y se convirtieron en caballeros y señoritas, fue que finalmente vieron su sueño hecho realidad, aquel hogar de niños estaba listo para abrir sus puertas a quienes más lo necesitaban, niños que eran como alguna vez habían sido ellos, rodeados de penumbras, dolores y miserias, pero que Dios había encontrado con un solo fin, el de llenarlos de luz.

Muchos años después, cuando sus hijos ya fueron grandes y se convirtieron en caballeros y señoritas, fue que finalmente vieron su sueño hecho realidad, aquel hogar de niños estaba listo para abrir sus puertas a quienes más lo necesitaban, niños qu...

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Corazón en  PenumbrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora