Capítulo 30

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Freya se quedó en silencio y con sus ojos bien abiertos, desconocía por completo que Aiden supiera el secreto de Elena, y su pregunta directa le afectó. Tartamudeó y titubeó mientras él aún sostenía su arma en las manos, sin quitar sus ojos de los suyos y expectante a una respuesta.

—Se-señor... no sé qué decir... ¿Cómo lo supo?

—Sé muchas cosas. Dígame...—dijo adusto.

—Es que... es que mi señora... no puedo... yo... —apretaba sus manos nerviosa y bajó su mirada.

—Si le tiene aprecio debe decírmelo. Su vida puede estar en peligro, ¡¿es que acaso no lo entiende?! —dijo ya exasperado.

—No puedo traicionar su confianza... no puedo. Lo siento... es algo que no me compete decir, ni tengo derecho a comentar un secreto que no me pertenece.

—¿Qué clase de fidelidad es la suya que no ayuda a su señora? No la entiendo. Si no va a decirme, le suplico que me diga entonces quién quiere hacerle daño... ¿sospecha de alguien? Cualquier cosa puede ayudar a encontrarla. —Freya inspiró hondo, dudaba de qué decir y qué no, hasta dónde podría comprometer a Elena y su acuerdo; desconfiaba aún de Aiden y no quería ser responsable de lo que él pudiera hacer o de qué manera aprovecharía eso en contra de ella.

—Mi señora no tiene enemigos, ella es buena y tiene un corazón grande.

Aiden acomodó su arma y se enderezó frustrado. Avanzó unos pasos hacia la puerta dándole la espalada mientras Freya inspiraba hondo tomando valor.

—Esme. Esme Salvin es la única persona capaz de hacerle daño. —Aiden se detuvo apenas oyó que hablaba, giró su rostro y escuchó atentamente. Apenas terminó de pronunciar aquel nombre, apretó el puño y salió de la casa apresurado.

Montó el caballo que habían preparado, ya aguardaban cuatro hombres más y los perros sobre el camino de tierra.

—Daniel, ve tú personalmente a casa de Esme Salvin, te quedas en las inmediaciones y me avisas cualquier movimiento extraño.

—Sí, ya mismo. —Asintió y emprendió un trote corto para reunirse con los demás.

Organizó el grupo de búsqueda y los perros de caza, hermosos ejemplares sabueso que había adquirido tiempo atrás para la época de caza, iban sueltos, corriendo a la par de los caballos. Ingresaron al bosque, él delante de los demás guiando, se detuvo un instante hasta identificar la huella de la carreta y caminaron despacio por pequeños senderos escabrosos que se perdían entre los árboles. Las huellas estaban borradas por tramos y en algunos sectores apenas si podía notarlas. Todo estaba silencioso y sólo se escuchaban las patas de los caballos en la hierba, sus resoplidos, el hociqueo de los perros y el corazón de Aiden que latía rápido y desesperado. Nadie había vuelto a la casa a dar noticia, y eso le hacía pensar que tal vez Victoria no tuviera nada que ver, sólo le quedaba la esperanza de encontrarla o de que Daniel trajera noticias de la casa del Marqués. Temía lo peor, pensar las intenciones con las que se la habían llevado de esa manera terrible y por la fuerza, denotaba que corría peligro si es que aún no se habían salido con la suya.

Sentía fuego dentro de sí, ganas de apretar algo hasta romperlo, deshacerlo del todo y que no quedara nada. Había conocido a Elena con simples intenciones de utilizarla y luego dejarla sin más, pero Dios se había burlado de él, pues ella se había vuelto la ladrona de su corazón y de sus pensamientos, se había colado en su vida de una forma suave y silenciosa, sin notarlo, sin que pudiera hacer absolutamente nada para apartarla y ahora era él mismo quien sentía su vida partida por la mitad.

Habían caminado bastante, internándose en el bosque húmedo y tupido, la tarde avanzaba y los rayos de sol traspasaban estrechos pasadizos entre hoja y hoja hasta perderse en la tierra, su calor era débil y el aire estaba fresco.

Corazón en  PenumbrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora