Capítulo 37

12.7K 1.3K 93
                                    

Se sentaron en la hierba con los brazos hacia atrás y mirando al cielo, el sol pegaba en sus rostros y disfrutaban la serenidad del lugar en silencio. Elena entorno apenas uno de sus ojos y vio su mano cercana a la suya, estiro sus dedos y los rozó apenas haciendo que el se incorporara y sonriera, pero antes que ella retirara la suya, la atrapó sin si quiera mirarla. Se quedaron tendidos allí, ella sonriente mientras el tomaba su mano.

—¿Por qué eres tan tímida? No tiene nada de malo que tomes mi mano y al contrario de lo que piensas, disfruto saber que lo deseas.

—No lo sé... ¿Te molesta?

—¿Qué cosa?

—Qué sea tímida—Aiden sonrió.

—Claro que no... no me molesta nada de ti, a excepción....

—A excepción ¿de qué?

—De tu amigo Will... —dijo cambiando la voz y copiando el suyo. Elena sonrió.

—Eres celoso... muy celoso.

Se volvió sobre su cuerpo y en un solo movimiento había quedado sobre ella que lo observaba sorprendida.

—Muy celoso. Tú lo has dicho. —Levantó la mano de ella y extendió su dedo mostrándoselo. —Así que mejor es que le recuerdes a ese que tu eres mía porque eres mi esposa — señaló el de bodas— y ahora todavía más porque te amo — señaló el que le había dado esa mañana. Elena río y Aiden besó sus labios para luego ocupar nuevamente su lugar de cara al sol.

—No tengas celos, no es necesario. Nunca te engañaría ni te diría mentiras. William es solo mi amigo, siempre lo ha sido... —sus palabras dolieron, pues en un segundo repaso todas las que le había dicho, o tantas cosas que ocultaba.

—Si... ya se... desde niños. —repitió fastidiado.

—Sí, desde niños, pero si te molesta te seguro que mantendré mi lugar y haré respetar el tuyo.

—¿De verdad?

—Claro que sí. —sonrió de pensar la mujer que era y la paz que sentía en aquel instante rodeándolo. Se volvieron a quedar silenciosos por un momento y luego continuó. — ¿Por qué hablaste de tus oscuridades? Quisiera saberlo, quisiera que me cuentes.

—Elena... quisiera hacerlo, pero es que todo es tan doloroso que quema...

—Dime por favor... ¿Es por tus padres? ¿Por la vida que te ha tocado? ¿Por Diana?

—Por todo eso. —dijo terminante y Elena resopló. —No te enojes... —se volvió hacia ella y miró su rostro mientras lo recorría con un dedo suavemente, deslizándolo desde su frente, por su mejilla y su nariz hasta sus labios.

—No confías en mí...

—No es eso... te lo aseguro. Es que tal vez no lo comprendas, no te ha tocado vivir las mismas cosas y es difícil ponerse en el lugar de otro, te lo aseguro.

—Yo tengo mis propias oscuridades, y no pretendo que nadie las entienda ni me tenga lastima, y sé que tu las conoces, o al menos algunas. —Ella sabía que Freya le había contado de su pierna y la mala relación con Esme, pero ignoraba que Aiden conocía sobre los abusos del marqués.

—Si las sé, y créeme que no dejaré que nadie vuelva a dañarte... te lo aseguro.

—Gracias... —susurró convencida de que lo decía de verdad. Volvieron a quedarse en silencio por un instante y él continuó.

—No voy a contarte del hambre ni de la miseria, tampoco de mis padres que hicieron lo que pudieron con la suerte que les tocó, tampoco de mi vida dura de trabajo y pruebas, ni de mis tristezas de aquella época, solo voy a decirte sobre la llaga que cargo en mi vida, que es tan profunda y sangrante que duele hasta nombrarla. —Elena se incorporó sentándose a su lado y solo guardó silencio. —Diana era mi hermana, crecimos juntos rodeados de muchas necesidades, pero era hermosa y dulce, tenía la fortaleza de un roble y era tan valiosa como preciado oro, hasta que un miserable sin honor, honra ni decencia, sólo un apellido y dinero fue capaz de aprovecharse de una señorita humilde que trabajaba en su casa, la ilusionó con mentiras y terribles promesas falsas. —El tono de su voz había cambiado por completo, ya no era dulce sino áspero, agrio, y amargo cual la hiel. —Se acostó con ella y pocos meses después, cuando ya no podía ocultar su vientre me lo confesó, aunque jamás me develó el nombre del padre. El señor Hammill la recibió en la casa y con ella al niño, trabajaba en la casa y yo dirigía el trabajo en la mina. Cuando Oliver tenía apenas un año y meses, la noté extraña, misteriosa y hasta preocupada, no supe por qué hasta que desapareció dejando al niño. Creí que había huido con el padre del pequeño, no la comprendí y hasta la juzgue. Me propuse buscarla y reclamarle, pero para mi desgracia John y yo la encontramos en el río, se había ahogado pero en su cuello estaban las marcas inconfundibles de sus manos, en sus ojos el dolor, en su piel el color de la muerte y el frío de la culpa que se apoderó de mí, recordándome que no supe cuidarla y que ahora solo me queda apaciguar toda esa rabia y ese dolor buscando al culpable y haciéndole pagar.

Corazón en  PenumbrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora