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Que nadie piense jamás
que me atrevo yo a juzgarte,
a tentar a una deidad en celo.

Yo, apenas infante,
duermo en los brazos de mi madre,
sin altanerías, aunque en el alma
el aguijón no renuncia.
Soy el decoro de lo no dicho,
ese preámbulo de silencios,
del rumor que difunde un suceso
en cuanto amanece y canta un gallo.

Yo, apenas infante,
nada tengo que juzgarte,
ni a mí, ni a ningún otro.
Yo, nadie.

Soy el susurro nebuloso
del rocío cuando cae sin anuncios,
sin aromas ni ruidos,
una estela ya olvidada
cuando lo universal me pronuncia
y hiende mis carnes,
y sonriente, bondadoso,
sin maldad alguna,
me canta, me mata.

Yo, nadie.

Aquestas plumas de otoño ©Where stories live. Discover now