11

1.1K 134 12
                                    

—Lo estás haciendo mal. ¿No te acabo de explicar? —se queja Ángel. Desvío la mirada, incómoda.

—Perdón.

Una vez más estaba metiendo la pata. Desde que Ángel quiso darme clases, llevamos una semana sin poder hacer mucho, simplemente... no tenía el toque que él tenía en la Ingeniería.

—Otra vez... —toma el pequeño martillo y me lo muestra en mi rostro. —¿Vas a prestar atención?

—Eso intento...

—¿Entonces?

Cierro la boca. ¿Cómo decirle un..."Me incomodas"? Imposible. Y es que de repente se acercaba mucho o usaba ese apodo para mi persona... ¿Cómo era? Ah, sí... "linda".

Ángel suspira con pesadez. Se lleva la mano a su nuca, acariciándola.

—Creo que cambiaremos de técnica. Ésto no funciona. —deja el martillo a un lado. Le miro preocupada.

—¡Perdón! ¡Prometo poner atención! —hago una reverencia. Él me sonríe con amabilidad, toca mi cabeza con su índice.

—No es eso, sino que no veo la suficiente motivación en ti... por lo que... —Ángel deja su frase a medias mientras entra al almacén de trabajos ya hechos. Me muevo nerviosa, normalmente no nos dejaban entrar ahí pero él parecía estar como en su casa.

Entonces salió con un maletín plateado. Me hizo una seña para que lo siguiera a la esquina del salón, justo en una mesa de madera antigua. Colocó el maletín y lo abrió. Sonrió.

—Te presento el equipo tridimensional que usan los soldados. —me muestra. Abro la boca, sorprendida. No solo era el equipo, sino las hermosas cuchillas plateadas que adornaban en la parte baja. —¿Conoces el bambú de hierro?

—No. —mi voz sale tímida, no quisiera enfadarlo. Ángel me codea amistosamente para darme ánimos. Sonrío de lado.

—Entonces iremos a conocerlo. Ponte tu mejor ropa, linda... —me mira atentamente con esa sonrisa de lado en su rostro. —Olvídalo, con cualquier cosa te ves hermosa. Así que vámonos.

—No digas esas cosas. —me quejo por lo bajo.

Ángel pidió un carruaje y en él me llevó de paseo directo a quién sabe dónde. Él se veía emocionado ahí, mirando por la ventana de vez en cuando.

—¿Cómo ha estado tu estadía en la ciudad Industrial? —me mira interesado, su cabello dorado brillaba con la luz que atravesaba la ventana.

—Me gusta mucho. —contesto sin siquiera pensarlo, era verdad.

—¿Es la ciudad? ¿O una persona? —se acerca un poco a mí, con esa sonrisa traviesa. Me río entre dientes. Necesitaba acostumbrarme a sus coqueteos.

—La ciudad es preciosa, no lo niego. Y sus habitantes son... magníficos. Parecen una familia...

—Me encantan tus palabras.

—Gracias. —asiento. —¿Y tú? Llevo un mes aquí pero tú apenas apareciste hace dos semanas... ¿A qué viniste a la Ciudad Industrial?

—¡Oh! Cuestiones de trabajo, ya sabes. —vuelve a sonreír. —Tuve que viajar por todo el muro Rose y el Muro maría buscando a los otros importadores de materiales. Todo eso es muy importante para nosotros poder seguir trabajando... es algo complicado.

—Se oye complicado. —asiento. Ángel toca mi nariz con su índice a modo cariño.

—Te gustará estar aquí. Procuraré lograr que te encante y no quieras irte nunca. —guiña el ojo. Vuelvo a sonrojarme.

Entregar el corazón. |Levi Ackerman x OC| |Premios Wattys 2019|Where stories live. Discover now