1. Jukebox's

5.2K 196 16
                                    

El minutero sonaba fuerte en la cabeza de Natalia. Cada chasquido le golpeaba un pensamiento, y otro, y otro. El tiempo era oro, y ella lo sabía. Para cualquier persona, ese estrés sería insoportable, pero aquella mujer de piernas infinitas y casco rojo podía con cualquier reto. La presión era su compañera de viaje, y se llevaban bien. A veces discutían, pero Lacunza siempre ganaba. Así era como la conocían por el barrio, y la policía.

Alba caminaba lentamente por la acera. Llevaba un moño descuidado, y dos graciosos mechones se tambaleaban en cada paso que daba. No hacía mucho sol, pero ella llevaba sus gafas puestas, escondiendo su mirada irresistible. Metió sus manos en los bolsillos de la sudadera y se vistió de una sonrisa dulce.

-Perdone, ¿tendría un cigarrillo? -preguntó angelicalmente a un señor que pasaba justo por la Joyería María, en plena Gran Vía. El hombre rebuscó en su chaqueta. Consiguió ofrecerle el cigarro, y volvió a sus bolsillos para buscar ahora el mechero. Alba aprovechó esos dos minutos y treinta y tres segundos para mirar el escaparate. Sacó varias fotos con sus gafas inteligentes, y se calzó de nuevo su sonrisa y expresión de niña buena-. Gracias, amigo.

Ambos siguieron sus caminos, aunque el hombre se giró para volver a ver, esta vez de espaldas, a esa chica tan agradable y guapa a la que le había dado su último cigarro. Alba sintió su mirada en el cogote, y soltó una risa burlona.

-Ese tío me ha mirado el culo-le dijo Alba a Natalia por le pinganillo.

-Vaya-resopló-. ¿Tienes buen culo?

-No lo sé, no me lo puedo mirar, como comprenderás-rio.

-Entonces tendré que comprobarlo yo-Natalia sonrió torcido mientras soltaba aquel comentario-. Bueno, vamos a concentrarnos. ¿Cuánto calculas?

-Creo que podríamos sacar unos 12.000 euros solo con lo que hay en el escaparate-dijo, tornando los ojos hacia el cielo, como si allí pudiese hallar la respuesta-. Quizás más. No me ha dado tiempo a verlo con exactitud.

Natalia sonrió plenamente hasta inundar su nariz de aire. Aquella cifra le abrió el apetito, la sed de robo. Se bajó la visera del casco y giró el manillar sin soltar el embrague. Formó una nube negra tras su vehículo, y luego arrancó bruscamente. Alcanzó los 50 kilómetros/hora en apenas un segundo.

Miki estaba cocinando unos macarrones en la cocina del antro. Alba entró sin llamar, haciendo que se aterrorizase.

-¡Qué ladrón ni que ladrón! -exclamó asustado. Al ver a Alba solo pudo reír, achinando sus ojos. La chica frunció el ceño ante aquella escena. Le extrañó que alguien con un currículum tan firme pudiera tener esos sobresaltos-. ¿Alba? Soy Miki. Te diría que es un placer, pero la verdad es que me has metido un buen susto, eh.

-Perdona. No sabía que estabas aquí, Miki... Mouse-se burló. El chico rio forzado, ya estaba acostumbrado a esa estúpida broma-. Podríamos sacar más de 10.000 euros solo con llevarnos el escaparate. Es un buen sitio-apuntó.

-Guau, chica. Dame coba... No me ha dado tiempo ni a ofrecerte una copa de vino y ya te me has lanzado a hablar de trabajo.

-Para eso estamos aquí, ¿no? -rechistó-. Pero ponme una, sí-sonrió.

-Alba...Alba...Alba...¡ALBA! -a Alba le pareció oír su nombre, pero provenía de lejos. Como si...

-¡Hostia! ¡El pinganillo! -se dio cuenta de su torpeza al no apagarlo-. ¡Natalia!

-Por fin, hostia-se alivió la chica, alargando la O de la palabra, con un acento de navarra muy marcado. Alba sonrió al notarlo-. Ahora nos conocemos, morena.

-Soy rubia, guapa-la corrigió.

-Vaya. Tu voz me sonaba morena-le contestó-. Pues ahora nos vemos, rubia.

Manos Arriba -  (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now