18. ¿Dónde estamos?

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—Nat, ¿dónde estamos? —despertó Alba, retirando la sudadera gris que cubría su cuerpo. Lo primero que vio al abrir los ojos fue el rostro duro de Natalia mirando por la ventana con las gafas de sol puestas, una camiseta negra de tirantes y el pelo despeinado. El paisaje se movía a gran velocidad. Pronto comprendió que estaban en un autobús. La textura rasposa del asiento le molestó en la espalda, sacudiéndose hasta incorporarse por completo. Su chica no la miró al escucharla, solo suspiró—. Nat, ¿qué hacemos aquí? —se alteró al no obtener respuesta. Cerró los ojos y de pronto se le vinieron las últimas imágenes del día anterior. Ella en la bañera, ella en la moto, ella secuestrada.

—Alba... la he cagado—reconoció—. Otra vez—bajó su cabeza.

—¿Qué has hecho? ¿Qué pasó? —preguntó angustiada, sacudiendo el brazo de la morena—. Me secuestraron... la japonesa. El teatro. Luego estuvimos con tu hermana... —el conjunto de recuerdos aceleraba su nerviosismo. Natalia liberó el agarre de su brazo para sostener a la rubia por los hombros, frenándola en seco. La miró de frente, comprobando lo bien que le quedaba aquel peinado tan corto y lo adorable que lucían sus ojos después de dormir tanto.

—Cálmate—pidió clara y concisa.

—¿A dónde vamos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Dónde están los demás? ¡Nat, necesito respuestas!

—Cariño, yo...

—Algo muy malo ha pasado para que me llames así... —dijo bruscamente.

—Tuve que robar el dinero de... —desvió la mirada y la soltó, echándose abatida en el incómodo asiento—. Alba, no tenía otra salida.

—¿Qué coño has hecho, Natalia Lacunza?

—La japonesa me pedía el doble de lo que le robamos. Así que... tuve que cogerlo prestado de la caja fuerte de Manu.

—Dime que no—cerró los ojos tomando aire, procesando lo que acababa de oír—. Nat, joder.

—¿Preferías morir? —se quitó las gafas y la miró con toda la intensidad, frenando de golpe su enfado. El rostro de Alba se tranquilizó, sus músculos también, dejando que la tensión de su postura se bajase hasta dejarla ligeramente encorvada—. Pues ya está.

No dijeron nada más, quedándose en silencio y evitando sus miradas. Conscientes de sus errores, de lo que pensarían en la banda de ellas. De su improbable vuelta. Alba alargó su mano hasta alcanzar el tatuaje del brazo de Natalia. Lo recorrió con dos dedos, dibujándoselo a caricias. Nat la miró de reojo con la misma dureza de siempre en el rostro. Alba le devolvió la mirada, pero una mucho más relajada, comprensiva, abierta. Natalia, tras retirar sus ojos un instante, volvió a entregarse a los de la rubia. Se sintió presa de aquella miel que le gritaba, aquella sinceridad que solía dedicarle cuando se hablaban en silencio. Nunca se había perdido tanto en alguien, nunca.

—Bésala, coño—una nariz se coló entre los dos asientos.

—Elena, joder—bufó su hermana, colando la mano por el hueco para empujarle la frente de mala gana. Alba soltó una pequeña risa.

—No sabía que teníamos compañía. Elena, ¿a dónde cojones vamos? —preguntó Alba colocándose de rodillas para poder hablar con ella por encima del asiento. La adolescente, tras el empujón de su hermana, estaba sentada de lado. La espalda en la ventana y los pies en el asiento izquierdo, ocupado únicamente por un transportín de animales cubierto por una sudadera negra.

—Vamos a Cádiz. Julia nos deja su piso—explicó la joven.

—¿Y eso? —señaló al pasajero misterioso. Elena sonrió enormemente, levantando un poco la prenda.

Manos Arriba -  (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now