12. Furia

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El piso era muy oscuro y estrecho. El orden brillaba por su ausencia y el olor a esencia de vainilla se pulverizaba cada vez que un ambientador barato decidía expulsar su contenido. Miki y María no habían vuelto a dirigirle la palabra a Natalia, ignorando su presencia, castigándola. Estaban tremendamente enfadados. A ella no le importó porque ni siquiera se dio cuenta. Estaba tan preocupada por Alba que el resto del mundo podía pararse para ella. Apoyada en la pared que daba al cuarto donde la estaban observando, miraba en shock la moqueta verde del suelo. Sus dos compañeros estaban sentados en el sofá del salón.

—Ya viene Manu—dijo María sin mirar a nadie, solo a su teléfono—. No le he contado nada, solo que han disparado a Alba. Creo que vuestra puta cagada no se puede escribir en un mensaje—resopló. Natalia no hizo ni un solo gesto, cosa que cabreó aún más a la rubia—¿Qué hacemos con esto? —María acarició la piel costosa del maletín de la japonesa. Estaba intrigada por saber qué contenía.

—Será mejor que esperemos a Manu—suspiró Miki, apartándole las manos de encima—. Ya la hemos liado suficiente por hoy.

—Hostia—María tiritó al ver el nombre de Guix en la pantalla de su teléfono—. Lo siento, tía. Es por el bien de la misión—le dijo a Nat con sinceridad mientras descolgaba y se perdía en el pasillo del piso. Estuvo largo rato discutiendo con él, contándole paso a paso lo que había ocurrido mientras la morena seguía sin importarle nada que no fuera el estado de salud de Alba.

Carlos salió de la habitación, haciendo que Natalia se incorporase rápidamente, nerviosa, impaciente.

—¡Habla! —exclamó la morena viendo que el chico les miraba sin decirles nada, como en cualquier serie mediocre sobre médicos.

—Ha tenido suerte, la bala salió limpiamente al impactarse con su brazo. Los daños causados son completamente reparables. Lo único que tenéis que tener es paciencia. Tardará semanas en cicatrizar.

Natalia echó un vistazo al interior de la habitación. Vio a Alba despierta, mirando hacia el techo algo perdida. Sin preguntar ni encontrar oposición, cruzó el marco de la puerta y la cerró. Las palabras de Miki, Carlos y María, que acababa de volver, se estamparon de bruces con la madera, impidiendo que ninguna de las dos las oyese.

—Bueno, déjala—suspiró el matemático—. Está bastante mal.

—Culpa suya es—espetó María—. ¿A quién mierda se le ocurre...?

—¿Qué dice Manu? —se atrevió a preguntar Miki.

—Tengo miedo, la verdad—suspiró.

—¿Quieres que te de unos calmantes? Pareces alterada—sugirió Carlos. Esta negó con la cabeza, volviendo al sofá ofuscada—. ¿Vais a contarme ya qué ha pasado exactamente?

Miki y María se miraron indecisos, pero finalmente cedieron. Aunque omitieron, por supuesto, la parte del gran robo.

Mientras tanto, Alba observaba sin reflejar ni una maldita expresión cómo los pasos de Natalia se acercaban lentamente, acortando la distancia entre ellas. La morena sintió pánico y la opresión en el pecho volvió a aparecer. Estás así por mí.

—Lo siento—logró decir, acariciando sin mucho atino los dedos de la joven que se apoyaban en la cama. El otro brazo lo tenía pegado a su estómago, con un vendaje que le cubría desde un poco más arriba del codo hasta el hombro.

—Fue cosa de las dos—musitó sin fuerza. Natalia contuvo la respiración.

—Yo lo planeé—reconoció, clavándose diez estacas a sí misma—. Y aquí estás.

—Siéntate, anda—le pidió en un hilo de voz. Lacunza apoyó su trasero en el colchón de aquella cama individual de sábanas blancas sin parar de jugar con los dedos de Alba. Su mirada era irreconocible para la rubia. Estaba tan rota, tan insegura, tan perdida, que ni se parecía un poco a los ojos negros fogosos y seguros que siempre le había mostrado. Así que tienes sentimientos, chica de hierro.

Manos Arriba -  (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now