4. Tú y las neveras

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Un niño de camiseta de rayas y mirada inocente estaba plantado frente a la puerta del Jukebox's. Su madre lo observaba desde la mesa, disfrutando de un completo desayuno americano: tortitas con sirope de arce. Natalia miraba desafiante al chiquillo, que no pasaría de los cinco años. Él le sonrió.

—Déjame pasar, mocoso—le dijo, intentando apartarlo. Él se negó, riéndose a carcajadas puras y limpias. Natalia miró a su alrededor, esperando una reacción por parte de su madre, pero estaba demasiado ocupada cortando a trozos sus tortitas—. ¿Quieres que me chive a tu mamá?

El pequeño rio de nuevo, posando sus manos cubiertas de chocolate en los pantalones de la navarra, la cual intentó esquivarlo sin éxito.

—Joder, puto niño—maldijo, dándole un empujón y siguiendo por el pasillo. Alba contempló la escena risueña, observando la poca paciencia de aquella morena que la había seducido tan rápidamente.

—Eh... tranquilo—Alba consoló al infante, limpiándole las manos con una servilleta. Su madre se levantó y se lo llevó, dándole las gracias a la rubia sin saber que se encontraba ante uno de los rostros más perseguidos por la policía. Natalia la esperaba retirándose como podía los restos de sirope que le había dejado en el pantalón—. Es solo un niño... —le susurró al llegar a su altura.

—Un niño que caga, mea y mancha—resopló, entrando ya en la sala de operaciones secretas. Allí estaba Manu tecleando en su portátil a toda prisa. A su lado, Julia lo miraba sorprendida, fascinada por su rapidez, y Miki terminaba un cubo de Rubik. Alba y Natalia desearon buenos días, y Guix las miró en silencio.

—No me jodas... ¿os habéis enrollado? —preguntó Miki al ver que llegaban juntas. La más baja se sonrojó, Natalia frunció el ceño confundida.

—¡Quiero mis 50 euros! —chilló Mari desde la cocina. Vino corriendo y abrazó a las chicas, no sin antes coger el billete anaranjado que le tendió el catalán—. ¡Es que lo sabía! ¡Mi radar no falla!

—¿Y así pretendemos hacer el robo del siglo...? —murmuró el jefe—. Yo pensé que las apuestas eran lo tuyo, Miki. Igual tengo que plantearme tu estancia en la banda. Alba y Natalia se miraron desconcertadas, mientras María hacía una extraña danza alrededor de las dos.

—En realidad ellas no han contestado... —intentó defenderse—. ¿Os habéis...?

—Los cincuenta son para Mari—respondió Natalia, sin aclarar nada más. Alba la miró abriendo los ojos sin creer lo que había dicho. Le giró la muñeca completamente detrás de su espalda, evitando que los demás lo percibieran. La morena concentró su dolor en apretar los dientes y cerrar los ojos—. Me callo, me callo—logró decir, haciendo que la chica parase la tortura.

—¿Y qué es ese robo del siglo qué vamos a cometer? Nos tienes en ascuas—preguntó la valenciana, tomando asiento en la mesa. Natalia la siguió, y se colgó de la silla como hacía siempre. Alba rodó los ojos ante su acción. Por qué tanta chulería.

Manu cerró el portátil de un tirón, provocando un sonido metálico que congeló a los ladrones. Invitó a María a sentarse, pues iba a explicar por fin el objetivo de esa reunión de cleptómanos. Los chicos lo miraron con una intriga que les comía por dentro. Él colocó su pierna derecha sobre la rodilla izquierda, y se la sujetó con las manos.

—¿Dónde está el dinero de este país? —preguntó misterioso. Los ladrones se miraban serios entre ellos, esperando a que alguno abriese la boca.

—En los bancos, las tiendas caras de Gran Vía... —comenzó a decir María con aires de obviedad.

—Claro que sí—sonrió maliciosamente su jefe—. Pero hay un sitio dónde hay más.

Manos Arriba -  (1001 Cuentos de Albalia)Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum