11. Gasolina y sangre

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La habían cagado. Hasta el fondo. Eso era lo único que pasaba por las mentes de las dos ladronas. Se abrocharon los pantalones y se ajustaron la ropa con una tensión temblorosa.

—Manu nos mata—titubeó Alba, mirando en la pantalla cómo la japonesa reunía la mayoría de fichas en la parte de su mesa. A Miki aún le quedaban algunas.

—Vale, tenemos que solucionar esto—dijo Natalia con su acento marcado. Se revolvió el pelo tratando de buscar una solución en él. De pronto fijó su mirada en el armario empotrado y que ocupaba toda una pared del fondo—. Podría funcionar.

—Miki, no vayas—advirtió Alba tras comparar sus cartas con las de su adversario.

—Ya, cojones—murmuró él, completamente enfadado.

—Oye, lo siento. Nos despistamos—se disculpó Alba. Desde la cámara contraria al chico pudo ver el gesto furioso del matemático.

—Tú, levanta de ahí—le ordenó Natalia a la rubia mientras le lanzaba una ametralladora. La rubia la cogió al vuelo, aunque sorprendida.

—¿Qué haces?

—Vamos a solucionar esto—respondió con una oscuridad misteriosa.

—¿Reventando el casino? —rio irónica. Natalia no la siguió, manteniendo su rostro sereno. Hablaba en serio—. Mejor esperamos órdenes de Manu...

—Está bien, voy sola—se dio la vuelta escondiendo su arma, más pequeña y manejable, y salió hacia la zona pública del Jukebox's. Alba se quedó sentada mirando cómo la ametralladora le pesaba en las manos. Nunca había usado una tan grande. Luego echó la vista a la puerta y tras un chasqueo de lengua se apresuró en busca de Natalia.

La moto se perdió por las calles de Madrid con las dos atracadoras sobre ella dispuestas a recuperar el dinero perdido, a solucionar su metedura de pata. Natalia mantenía rígida su mandíbula, concentrándose en elaborar un rápido plan en su mente. Todo para no tener que esconder el rabo bajo las piernas y disculparse ante su jefe. Todo por no tener que dar la cara y asumir su error.

—No vamos a liarnos a tiros, ¿verdad? —trató de templarla Alba.

—¿Y cómo quieres robarles el dinero? ¿Pidiendo por favor? —dijo entre dientes, cegada por la obviedad.

—La japonesa... —murmuró—. Nat, la japonesa es la que más fichas tenía. Esperamos a que acabe la partida y vamos a por ella—ideó. Era menos arriesgado y más inteligente. La morena arrancó tras vislumbrar el verde del semáforo. Masticó la propuesta y finalmente asintió.

—Vamos a hacer sushi—concluyó.

Llegaron a la entrada trasera del casino, quedándose en el otro extremo del callejón para mantener una visión más abierta de la zona. Los clientes con mucho dinero solían salir por esa puerta, como tenían previsto que hiciera Miki al ganar la partida. Cosa que ya era imposible que ocurriera.

—Hacemos buen equipo, ¿no? —calmó la tensión Alba, acariciando la cintura de la morena por dentro de su camiseta.

—No empieces—gruñó. Estaba tensa, ofuscada con lo que había pasado y cargó todo su mal humor contra ella—. Ya te dije que solo follamos.

—Natalia, joder—la soltó, sintiéndose frustrada. Rápidamente se hizo a la idea de que el desayuno y su aparente debilidad solo eran una estrategia para llevársela a la cama otra vez. Que en realidad el muro de dureza de la morena se levantaba el doble de rápido de lo que ella tardaba en tirarlo—. En realidad, me refería a... —la puerta metalizada del casino se entreabrió. Ambas se tensaron de golpe, y la navarra cerró con su pie la pata que mantenía firme el vehículo dispuesta a arrancar. La japonesa no iba sola, no iba a ser tan fácil. Dos hombres enchaquetados hasta las cejas la acompañaban, uno de ellos con un maletín sospechoso. Las dos adivinaron su contenido.

Manos Arriba -  (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora