26. Vendetta

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No paró de pedirle calma. De intentar que frenase y pensase bien las cosas que iba a decir. Pero Natalia era una mecha que se consumía a medida que avanzaba hacia la dinamita. Una chispa que iba directa a su objetivo: explotar contra todos. Explotarse a sí misma. Alba soplaba y soplaba, pero aquel destello luminoso no iba a apagarse.

—Natalia... —Manu la vio entrar a paso rápido en el Jukebox's. Los demás también, aunque disimularon, evitando mirar directamente la escenita que se venía.

—Tengo que hablar contigo—dijo seria, encarando a su jefe. Este miró a su alrededor, y tras sopesar la petición, mandó a los atracadores a que salieran de la sala de reuniones—. Alba, tú también.

—Nat...

—Vete—le dijo de forma más suave. Su novia no tenía culpa de nada. Y encima la había soportado el día anterior, había cuidado tanto de ella como de su hermana cuando las dos se habían quedado tan devastadas, le había demostrado que la quería de verdad. Le había enseñado lo que era amar, y ser amada—. Por favor.

La rubia, algo frustrada, aceptó, siguiendo a sus compañeros hasta el exterior del local. Allí se encendieron unos cigarros mientras se miraban en silencio sin saber qué ocurriría a partir de esa reunión.

—Alba, ¿tú sabes algo? —cabeceó la Mari.

—No voy a deciros nada—dijo ella, escondiendo sus manos en los bolsillos traseros. Se apoyó en la pared de ladrillo, rogando al aire que no volvieran a preguntarle por lo que pasaba. No era nadie para contar una historia tan personal. Y no iba a meterse en más problemas que tuvieran que ver con Natalia.

—Aceptaste dinero de mi hermana. Joder, tío. Es una niña. ¡Una niña!

—Si no hubieras robado el...

—¿Y dejar que mataran a Alba? —gritó con asco.

—Podrías habernos avisado. Lo hubiéramos resuelto de otra manera...

—No me habrías dado el dinero—negó, segura de sus palabras—. A ti solo te importa tu estúpido plan.

—¿Ahora te parece estúpido?

—Lo que me parece estúpido es involucrar a una niña de dieciséis años en algo así. Y encima, dejar que te chantajee con mentirme. Coger su dinero sin saber si quiera de dónde venía.

—Mira, Natalia, el dinero es dinero. Sinceramente me importa una mierda de dónde venga. Te recuerdo que somos unos putos ladrones. Y sí, acepté no decirte nada. Y ahora me alegro de que me hubiera puesto esa condición, porque anda que si te llego a decir antes que...

—Podría haberse metido en un lío para conseguirlo. ¿No lo pensaste? Prostituirse, vender drogas, no sé.

—¿Tu hermana...? —ensombreció su gesto.

—No—bajó la mirada—. Se lo pidió a mi padre.

Natalia le contó la historia muy por encima. Se ahorró los detalles más dolorosos, yéndose directamente a los hechos importantes. Sabía que, si se abría demasiado, acabaría rompiéndose. Y no iba a hacerlo con Manu. No estaba acostumbrada a expresar tanto sus sentimientos, y mucho menos a rememorar su pasado, pero esta vez se vio obligada a hacerlo. Le hizo saber que su padre era un maltratador del que escaparon, y Elena había recurrido a él para conseguir el dinero, poniéndose en sus manos después de tanto tiempo y lo que eso podría haber supuesto. Manu se sorprendió, pero tampoco montó un drama. Él seguía justificándose a sí mismo. Había aceptado aquel dinero y aquellas condiciones por una buena razón: recuperar el capital que Natalia le había hecho perder, acumular más dinero para llevar a cabo su magnífica estafa. Así que ninguna historia que le hiciera sentir mal iba a conseguir que se arrepintiese de lo que ya estaba hecho.

Manos Arriba -  (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now